En plena pandemia, tres emprendedoras cumplieron el sueño de vivir de sus creaciones y cuentan cómo lo hicieron

En plena pandemia, tres emprendedoras cumplieron el sueño de vivir de sus creaciones y cuentan cómo lo hicieron

“Que tiene decisión e iniciativa para realizar acciones que son difíciles o entrañan algún riesgo”, dice la primera definición de emprendedora, aquella persona que establece y desarrolla una empresa o negocio por su propia cuenta, con sus deseos y anhelos a flor de piel; y con el simple (o loco) sueño de vivir de lo que produce y elabora con sus propias manos.

Así lo es para Gabriela Díaz (55), pastelera que desde su adolescencia ama trabajar con chocolates y soñaba con llenar mesas con sus dulces creaciones; también para Cynthia Toledo (40) que dejó la vida como artesana en las ferias para montar su propio taller donde trabaja piezas de metales y para Beatriz Flores (49), diseñadora de calzados y ropas. Todas, recibieron la ayuda de microcréditos de la ONG Nuestras Huellas, que además les brindó cursos de emprendimiento, computación y economía circular. Sus historias inspiran a otras mujeres y hombres a seguir sus deseos.

El sueño de la mesa dulce

Gabriela Díaz responde al llamado de Infobae y avisa que está en plena producción de tortas y que pese a que el trabajo no se reactivó al punto previo a la pandemia, ya ha comenzando a incrementarse y además de elaborar para su emprendimiento La Madrina de los Chocolates lo hace para la panadería que abrió su hijo.

La mujer -abuela de tres nietos- vive en el barrio Rosa Mística, de San Miguel, y pasa las horas entre batidoras, moldes y hornos. Esa es su pasión. “Estudié en una escuela agraria con orientación en cocina. Por años, tuve cursos intensos de cocina y me enamoré de todo ese mundo. Cuando terminé hice cursos de repostería, de chocolatería, que era lo que más me gustaba”, recuerda sobre sus primeros años por las cocinas.

Hasta hace tres años, Gabriela preparaba bombones de chocolate en moldes, les daba distintas formas y los ofrecía tortas para distintos eventos, pero no sabía cómo manejar con exactitud su negocio y la balanza costos/ingresos no estaba a su favor.

Gracias a un microcrédito, al que llegó de la mano de una amiga también emprendedora, pudo obtener el dinero que la ayudó a dar el puntapié inicial y encausar su emprendimiento. “Tuve ayuda crediticia lograda a base de la confianza, lo que no nos hubiera dado un banco o financiera por no tener un empleo en relación de dependencia ni recibo de sueldo. Pero no fue solo el dinero, en mi caso: me ayudaron a entender cómo llevar adelante un negocio a base de capacitaciones. Yo tomé cursos de computación porque, por ejemplo, no sabía cómo usar el Word ni el Excel, o cómo hacer folletería o flyers. Tuve educación financiera para el emprendedor, aprendí a entender mis cuentas y negocios. Eso me ayudó mucho porque antes compraba los ingredientes con una mínima seña, pero no sabía a qué valor venderlo, no obtenía ganancias”, dice sobre el cambio que notó no sólo en su economía sino en la manera de pensar y relacionarse con sus clientes.

Ya capacitada, Gabriela comenzó a publicitar su trabajo en las redes y llegó a tener pedidos para eventos de 200 personas. Armaba la mesa dulce completa. Eso la hacía feliz, pero con la llegada de la pandemia por coronavirus su trabajo también se frenó aunque, agradece, “nunca cayó por completo, siempre alguien me encargaba algo”.

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“Comencé a hacer torta para 10 personas como mucho o una cajita chica de chocolate, pero siempre había trabajo”, recuerda y feliz cuenta que desde hace unos meses trabaja con su hijo, que abrió una panadería muy cerca de la casa de ella. “Ahora tenemos nuevas máquinas y más grandes”, revela emocionada mientras espera el momento en que la producción se active por completo volver a ser parte de celebraciones y momentos felices de sus clientes porque, admite, “me hace muy feliz tener mi emprendimiento y haberlo constituido después de los 50 años. Deseo que todas las personas se animen a vivir de sus sueños”, finaliza.

Con el corazón puesto en el calor de los metales

Cynthia Toledo fue vendedora ambulante, luego artesana con puestos en las ferias barriales. Vendía los variados productos que fabricaba en las calles. Y un día, buscando qué crear, descubrió que el trabajo con el metal le generaba una paz absoluta. Sería por la concentración que requería y que la sacaba de los problemas cotidianos, pero necesitó explorar a fondo lo que se le presentaba como nuevo mundo.

Fue entonces que otro artesano le comentó sobre la existencia de un centro cultural en Núñez donde dictaban distintos cursos. Allí conoció la orfebrería. “Realmente me había gustado mucho y conversando con una profesora del taller supe que existía una escuela de la joya en Almagro... ¡Aluciné! Estaba en un etapa en la que quería saberlo todo y me anoté, entré por sorteo público”, recuerda los años en los que su vida laboral comenzaba a cambiar de rumbo.

Cynthia vive en Benavidez y estudiaba en Almagro, y día a día realizaba el extenuante recorrido que muchas veces no podía costear y aunque el curso era público, los materiales muchas veces le resultaban inaccesibles.

“Las piezas tenían que ser en platino y yo no podía comprar los lingotes para hacerlas y llevaba otros metales más económicos para fundir. Pero me pedían que llevara plata, recién en tercer año puede comprar un lingote de plata -se ríe-; la profesora me decía que debía aprender a moldear ese metal... Un día le contesté: ‘¡Mire, acá vengo a aprender el abc, después escribiré mi poema!’... Es que necesitaba la técnica, nada más”, admite entre risas y recuerda las veces que le fue difícil costear el viaje.

“Paraba los colectivos y con vergüenza preguntaba si me llevaban y, como los colectiveros después de tanto tiempo viajando me conocían y sabían que iba a estudiar, me decían: ‘¡Subí, piba!’”, rememora la mujer que a base de esfuerzo y constancia pudo abrir su propio taller de orfebrería donde fabrica las piezas de Cynthia Toledo Orfebre, su emprendimiento de platería y joyería.

Ella también fue ayudada por la ONG cuando más lo necesitó y reconoce que le fue de gran ayuda e inspirada en ello ahora sueña con ser ella quien ayude a personas.

“Tengo un proyecto social presentado en varios lugares que apunta a personas que no tienen acceso a la educación general. Este es un oficio en el que no se necesita mucha lectura, es pura práctica, y abre un abanico de posibilidades porque no se lo aprende sólo para ser orfebre sino que se desglosan el grabado, la joyería, la soldaduría, el pulidor... Es muy amplio. Mi próximo objetivo es empezar a dar clases”, enfatiza esperanzada en que, al igual que ella, muchas personas descubran el amor a las piezas de metal.

Pese a no vender productos de primera necesidad, su trabajo no decayó en la cuarentena. “Lo que más sale desde entonces es el sorbete personal y la bombilla para el mate, que siempre fue el objeto más elegido, ahora cada persona quiere tener la propia”, agrega. “Mi trabajo está siempre encarado por la economía circular, y busco potenciar el reciclar, por eso quiero alentar a las personas a que compren una pieza porque les gusta y no para dejarla en una cajita; y si tienen muchas en una que me lo traiga porque lo podemos fundir y hacer una pieza nueva”, finaliza.

Ropa que se recicla se convierte en calzados

Beatriz Flores confiesa a Infobae que camina por la calle con la vista clavada en los pies y piernas que se cruza. Le es inevitable sacar una radiografía de cada calzado y pantalón de tela de jean: sabe cuál es la medida, qué densidad tiene el material del que está hecho y, además, toma ideas que plasma en Leonardas, su emprendimiento al que le da vida desde su casa en Del viso.

“Siempre digo que tengo la vista muy afinada. Miro un pantalón de jean caminado y pienso en cuántos calzados y de qué forma puedo hacer con ellos. Con el bolsillo de uno muy roto hice zapatitos de bebé caminante”, recuerda y cuenta que en 2013, luego de 16 años trabajando en un hogar para adultos mayores en San Isidro, comenzó a realizar cursos en las escuelas municipales para aprender oficios que la dejasen trabajar con sus manos.

Hizo bijouterie medieval (es profesora), reciclado tiffany, cartonaje, entre otros. “Cuando salió el curso de calzado liviano, como alpargatas, no me interesó, pero me anoté igual. Al ver lo que haríamos pensé era posible fusionar la bijouterie y ese tipo de calzados, me gusta el estilo hippie”, dice sobre lo que “me voló la cabeza y empecé a incursionar de qué se trataba”.

Inserta en el tema, se perfeccionó en el diseño de calzados en otra escuela donde conoció a una compañera que la acercó a la Nuestras Huellas -la ONG pronta a cumplir 19 años- porque buscaba a una emprendedora ya formada.

“Un emprendedor es muy soñador. En mi caso quería hacer de todo y venderlo, pero no sabía ponerle precio ni comercializarlo. Seguí estudiando y capacitándome en calzados; en la ONG me fortalecí sobre lo es el emprendimiento en sí, en cómo llevarlo adelante”, agrega y cuenta que para entonces su hija había comenzado su propio camino en el tejido.

Eso hizo que madre e hija pudieran trabajar juntas. “Comenzamos a fusionar el tejido con las telas, y a diseñar alpargatas o zapatillas de jean con una parte tejida y así, suelo usar la parte clara de la tela para que se note de qué parte del pantalón es”.

En una de las capacitaciones que tomó supo que la industria textil es una de las más contaminantes. “Qué puedo hacer para cooperar con el medioambiente, me pregunté y comencé a capacitarme en métodos de reciclaje de telas. Me es inevitable hoy ver algo en desuso y no querer darle otra vida”, reconoce y cuenta que las telas que le llegan “son de esos pantalones rotos que ya no se pueden donar y que irían directo a la basura; a esos los trasformo en un calzado o en otra cosa”.

Durante los meses de la cuarentena junto a su hija agregaron la confección de tapabocas y tejieron cubre mates. En esos meses, también surgió la idea de dar cursos para enseñar a reciclar prendas en los barrios mas vulnerables.

“Me gustaría que las personas aprendan a darle otro uso a la ropa que ya no les sirve y que normalmente tiran, todo eso se puede reciclar. Es un deseo muy grande que ojalá algún día pueda cumplir; es mi granito de arena para ayudar a las personas de la misma manera que me ayudaron a mi”, termina.

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