Raffaella Carrà, el mito estético de repercusión política que se salvó del 'camp'

Raffaella Carrà, el mito estético de repercusión política que se salvó del 'camp'

IconosHace apenas cuatro años, la cantante y show-woman italiana pudo protagonizar uno de los episodios más inesperados de la moda. El suyo es un fenómeno intergeneracional, de alcance social y cultural, destinado a ser recordado para siempre más allá de sus tonadas populares y sus irónicos excesos estilísticos

Por Rafa Rodríguez

Hay una conversación improbable que la moda tenía pendiente y que ya no podrá ser. Al menos no como estaba prevista. Le rondaba la cabeza desde hacía cuatro años a Francesco Vezzoli, el artista conceptual italiano más provocador del que haya noticia después de que Maurizio Cattelan se disolviera en papel higiénico publicitario, y ponía frente a frente a dos fuerzas desatadas de la naturaleza: Miuccia Prada y Raffaella Carrà. Lástima que ahora solo podamos imaginarla:

Miuccia: “¿Tú también votabas comunista en los setenta?”Raffaella: “Siempre he votado comunista. Eso implica un modo de vida y una responsabilidad muy grande. En un conflicto entre trabajadores y empresarios, yo siempre estaré del lado de los trabajadores.”Miuccia: “¿Por qué decidiste entonces dedicarte al mundo del espectáculo?”Raffaella: “Yo no pude ir a la universidad, como tú. Todo lo he tenido que aprender en la escuela de la vida. Siempre quise ser cantante y bailarina, aunque naturalmente tenía otras preocupaciones, pero en principio creo que me he realizado como mujer a través de mi trabajo, que es lo importante. Y tú, ¿por qué te dedicaste a algo tan poco comunista como la moda?”

El memorable encuentro tendría que haberse producido en algún momento de 2017, cuando el artista (y cineasta o, si se prefiere, diseñador visual) orquestó 'Vezzoli guarda la Rai' para la Fondazione Prada de Milán, una mirada emocional, en absoluto nostálgica, al pasado de la televisión pública que moldeó el cambio social y cultural de su país entre la conflictiva década de los setenta y los hedonistas ochenta. "¡Pero si tú lo sabes todo de televisión! ¡Deberías idear una exposición!", le dijo la 'signora' Prada, mentora y amiga. Así surgió un diálogo entre "la empresa privada más sofisticada y radical de Italia y esa otra que es como el archivo general del Estado", del que la Carrà se erigió como voz protagonista, o casi. De hecho, su figura mereció un ciclo expositivo en plan spin-off, titulado 'Fenomelogia di Raffaella Carrà'. El caso es que entre el objeto de la inevitable mirada fetichista masculina y el sujeto de una inesperada revolución cultural y artística, el cuerpo/imagen de la cantante y show-woman dio pie a una serie de experimentos de “transgresión controlada” en los que se mezclaba el erotismo explícito y la ambigüedad sexual con nuevas formas de expresión que se oponían abiertamente a los cánones de dominio patriarcal establecidos, en una suerte de empoderamiento catódico impensable hasta la fecha (una fórmula que luego se trasladaría a la televisión pública española, aunque pocos lo reconozcan). "Que nadie lo dude: Raffaella Carrà fue uno de los primeros referentes feministas de la Italia moderna", le aseguraba entonces Vezzoli a este periodista. "En serio, creo que era una feminista para 30 millones de personas. En 1978, la canción con la que abría su programa estelar era 'Tanti auguri' [el himno 'Para hacer bien el amor hay que venir al sur', para nosotros], en la que glosaba las bondades de practicar sexo de Milán a Sicilia. Un mensaje de liberación como ese, en la televisión pública, en aquel momento, posiblemente tuviera un efecto positivo en incontables mujeres”.

Nacida en Bolonia, en 1943, Raffaella Maria Roberta Pollini pasó 69 de sus 78 años de vida sobre los escenarios, frente a las cámaras. Pero en los anales está marcado aquel marzo de 1974, cuando apareció junto a la también cantante Mina Mazzini (otra heroína nacional transalpina) para presentar el programa Milleluce. Era la primera vez en la historia de la Rai en que no una, sino dos mujeres ocupaban un espacio hasta entonces de dominio masculino. Fueron apenas ocho emisiones, hasta mayo de aquel mismo año, durante las que el programa de variedades –con su orquesta en directo, su cuerpo de baile y sus supervedettes– alcanzó audiencias nunca vistas: una media de 24 millones de espectadores. "Supuso un fogonazo de feminismo, dentro del vocabulario televisivo. Con su llegada empezó a hablarse del divorcio, del aborto... Era un escenario que por fin daba cancha a los derechos civiles femeninos", rememora Vezzoli. Como el público ya tenía calada a Mina –proscrita de la televisión pública desde los sesenta por abortar un hijo ilegítimo–, la atención recayó especialmente en la Carrà, con aquellos visionarios estilismos deportivos en evidente contraste con el más dramático estilo femme fatale de su colega. Así se fraguó una imagen de marca que fue consolidándose con el tiempo: los conjuntos desnudistas y de cadera a ras de pubis con los que desafió la censura catódica de la época, las toneladas de exceso y picardía lucidas con ironía en monos brillantes y ajustadísimos, las cascadas de cristales y lentejuelas, los vestidos de un tipo especial de crepé que ayudaba a las celebradas sacudidas anatómicas de sus coreografías, la carta de colores esencial en rojo, blanco, negro y dorado, el perfecto bob rubio platino.

Raffaella Carrà, el mito estético de repercusión política que se salvó del 'camp'

Enrico Rufini y, sobre todo, Corrado Colabucci se encargaron de abrir el camino vistiéndola en su debut en ‘Canzionissima’ (1968-69) y, después, en 'Milleluce'. Colabucci, que fuera creador de vestuario de los espectáculos del Moulin Rouge parisino, no dudó en explotar su anatomía, tanto que tras comparecer con un 'top' que dejaba al descubierto el abdomen se la apodó 'el ombligo de Italia'. Con todo, sería Luca Sabatelli el que definiría su 'look' a partir de 1978, con su primer programa a todo color en la Rai, 'Ma che sera'. "Nos entendimos desde el minuto uno. Resultaba muy fácil trabajar con ella, ya fuera para idear un vestido alegre o un conjunto agresivo. Todos, en cualquier caso, atuendos escénicos irrepetibles con los que fuimos diseñando la estética de los ochenta", recuerda el diseñador, que la hizo lucir como monja minifaldera con liguero, 'vamp' de los cincuenta, zarina envuelta en pieles y drapeados y reina de la licra recamada de 'strass' prácticamente hasta 2019, cuando robó todos los planos como coach en la versión italiana de La voz. Por supuesto, en tan fantástico guardarropa tampoco faltaban piezas de diseñadores como Guillermo Mariotto, a frente de la histórica Gattinoni desde 1993, o Fausto Puglisi, flamante director creativo de la relanzada Roberto Cavalli. Por su parte, talentos de la moda italiana más o menos recientes del alcance de Marco Rambaldi, Greta Boldini, Mario Dice, Francesco Scognamiglio (con su enseña Monogram) o Giuseppe di Morabito la citan como inspiración sin esconderse.

El misterio de cómo es posible que entre tanta purpurina y escarcha, su entronización como icono LGBTQ+ y esa popularísima dimensión familiar haya conseguido esquivar las balas de lo 'camp' lo resuelve, claro, Vezzoli. "El hecho es este: si leo lo que decían los políticos de la época, lo que predicaba el papa y lo que recogían los medios, digo que esta mujer era una radical. Una iconoclasta. Ni siquiera llegó a tener jamás un marido, figúrate el escándalo. Era nuestra genuina letra escarlata", concluye el artista. "Cuando existen tantas implicaciones políticas, sociales y emocionales alrededor de alguien así, te olvidas de lo 'camp'. Y por eso el destino de las generaciones futuras es recordar a la Carrà para siempre".

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Por Marina Valera

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