Revivir entre la ceniza

Revivir entre la ceniza

DOMÉNICO CHIAPPE Enviado especial. La Palma

Tras la bruma de invierno, el volcán aparece dormido aunque con la llovizna todavía humea la lava, que salió de once bocas durante tres meses y se abrió como una mano de seis dedos. Arrasó Todoque, El Pedregal y El Paraíso, y se detuvo cuando engullía Tazacorte, La Laguna, El Paso y Los Llanos de Aridane. Miles de vecinos del oeste de la isla canaria fueron evacuados y todavía están fuera de sus casas, a la espera de regresar a la tranquila cotidianidad de antes de la erupción. Hace unos días, las autoridades permitieron el retorno a los habitantes de Las Martelas, un barrio que ahora sirve de frontera a la zona de exclusión.

En una de sus últimas casas, Felipe Acosta Lorenzo hace limpieza. «Hay que volver a la vida», reflexiona. «Seguir. Con mi hijo, mi nuera y mi nieta. Hay mucha gente peor que yo». Le desalojaron en octubre y encontró una «casa de alquiler» donde vivir. Como tiene una finca de plátanos, le permitían entrar a regar. «Es un alivio que la casa siga en pie», admite este hombre que reúne la mancha negra, omnipresente en la isla, de «arena» del volcán con sus manos grandes o escurriéndola con agua. «Nací aquí hace 66 años. Esta casa la construyeron mis padres. Me acuerdo de verla sin nada alrededor, sólo piedra, la carretera era de tierra. Había luz pero no agua». Todavía no viene su familia a dormir. Hay que arreglar «problemas y averías. Volveremos cuando se pueda».

A los pies del volcán, que domina su horizonte, Acosta Lorenzo amontona en la acera electrodomésticos inservibles como la televisión o el termo de agua caliente, muebles de salón, utensilios y ropa. Los llevará luego al punto limpio, a pesar de que está rodeado de montículos de escombros que se han ido acumulando en pocos días. «Hay incertidumbre para todo», afirma Acosta Lorenzo, al que le preocupa cómo se dará el plátano el año que viene, porque los «hijos» de la planta, que son la cosecha futura, se han estropeado y teme «el sablazo que nos va a dar Hacienda con los impuestos por las ayudas».

Otra suerte le tocó a José Luis Rodríguez Arias. Vivía en Todoque. Su casa terrera, como llaman a estas viviendas bajas con huerto y patio, está ahora bajo una veintena de metros de lava sólida. Mantuvo la esperanza hasta que vio cómo se desmoronaba la iglesia. «Ahí se perdió todo», sentencia. Fue uno de los primeros desalojados. El mismo día 19 de septiembre, cuando rompió la tierra. Él y sus hermanos salieron «con dos mudas de ropa y documentos personales». Perdió, además de la casa que hizo «mi abuela pasando hambre», un coche y una huerta. La suya fue una de las 1.345 viviendas que se tragó la lava, según datos oficiales. Más de 6.000 estructuras sufrieron daños, la mitad irreparables. Hay 7.200 personas en estado de necesidad, para una población total sólo doce veces mayor.

La mayoría de los evacuados todavía se aloja en hoteles pagados por el gobierno local. Allí se juntan los que perdieron su hogar, los que además de la vivienda también se quedaron sin trabajo, o los que vivían de alquiler y dejaron todas sus pertenencias. También los que no han perdido la casa pero todavía no saben si está habitable, a la espera de que se evalúen los daños estructurales.

Revivir entre la ceniza

Los hermanos Rodríguez Arias han sido de los primeros beneficiados con un par de viviendas de dos habitaciones y un baño, amortizadas los primeros años y con opción a compra. «Está bien, pero de tener aquello que era una casa terrera a tener ésto, que es un piso...», lamenta Rodríguez Arias sobre la propiedad ubicada en Tazacorte, otro barrio en la misma zona. «Yo no me veo aquí toda la vida. He salido perdiendo».

«No me di cuenta de tanta angustia y ahora tengo una depresión de caballo»

D. Chiappe

Para las ayudas públicas, «la prioridad son aquellos que sólo tenían una primera y única vivienda», indica Sergio Matos, coordinador de Acción Social de la Oficina de Atención a los Afectados del Volcán, organismo que distribuye un «paquete inicial de 106 viviendas» destinado a ese primer grupo de 1.300 personas, según sus cálculos, aunque «todavía estamos registrando».

La logística se complica frente a un «insuficiente parque de viviendas», el rechazo a los pisos y la falta de documentación en regla. Por ejemplo, «gente sin catastro», que «todavía estaba tramitando su vivienda» o que «no estaba empadronada». Sin embargo, «hay poca picaresca», defiende Matos, que abría esta oficina de atención el 28 de septiembre. «Sólo estaba yo, con las llaves y un bolígrafo. Ahora somos más de 50 personas, tuvimos que empezar por diseñar los aplicativos para recoger los datos de los que venían en una situación tan especial como esta catástrofe. No se puede comparar con ninguna, porque no queda ni el terreno».

Peligros invisibles

El peligro del volcán prosigue, aunque ya no ruja. En estos días que termina el año, su efecto mortal es invisible. «Hay gases que son tóxicos, asfixiantes, como el monóxido de carbono y el dióxido de carbono», advierte Montserrat Román, directora del Puesto de Mando Avanzado, ubicado en Los Llanos, cerca del rastro de lava. «No huele, no se ve, no se siente y son atmósferas letales en cuestión de segundos. Al principio teníamos otro tipo de gases, con concentraciones de dióxido de azufre, pero ahora la problemática principal está en el litoral y pensamos que son filtraciones subterráneas. El gas busca por dónde salir».

Antes del amanecer, los responsables de las brigadas de emergencia analizan qué ha pasado durante la noche. A principios de esta semana se tomaba la decisión de no permitir el acceso a los regantes ni a los empaquetadores de plátano a La Bombilla y Puerto Naos. Una vez constatada la disminución de los niveles de esos gases, se les dejaba entrar a trabajar, con la prohibición de acceder a espacios cerrados.

«Aunque la erupción se dé por finalizada en los próximos días, sus consecuencias se mantienen en el terreno», alerta Román, que también se ocupó de la emergencia del atentado de Las Ramblas y el accidente aéreo de Germanwings que despegó de Barcelona. «Hay que determinar qué zonas son seguras para progresivamente ir finalizando las evacuaciones que se ordenaron en su momento».

Antes de permitir que los pobladores vuelvan a sus hogares, las autoridades deben observar los tubos lávicos, que mantienen sus altas temperaturas y podrían colapsar y ocasionar derrumbes; localizar los gases que escapan en la zona costera afectada y los que sueltan las fajanas; verificar el estado de las viviendas, con grietas abiertas por los sismos; acometer obras para reponer los servicios básicos, como el agua y la luz. Para esta hoja de ruta no hay calendario: cómo saber hasta cuándo saldrán los gases tóxicos.

Recuperar, reconstruir

Las familias que lo han perdido todo apuestan por reconstruir encima de la lava y tener los mismos linderos que ocupaban antes del estallido. «El sueño mío es que se puedan recuperar los terrenos y el que quiera volver a construir, que reconstruya o haga fincas o un pajero o una viña», dice Rodríguez Arias, que se dedica a hacer reparaciones en las plataneras de la zona y está de baja por una lesión en la espalda. «Que no sea zona protegida. Yo no le tengo miedo al volcán».

En esta nueva fase, esa ceniza que todo lo cubre es el menor de los males. «El retorno de las personas a sus viviendas no va a ser inmediato», alerta Román. «Además, los vecinos que vuelven a las zonas seguras no la encuentran habitable de primeras. Es un proceso y puede pasar mucho tiempo».

En efecto, la crisis sigue. «La reconstrucción demorará dos o tres años», calcula Matos. «Es lógico que a los afectados les gustaría que fuera más rápido, pero se usa dinero público y hay que hacerlo bien. Las ayudas están llegando y se están cumpliendo tiempos».

Vecina del evacuado Puerto Naos, «un pueblo fantasma» rodeado por el malpaís, Marisa Álvarez se aloja en un hotel de Fuencaliente, donde murió su suegro, de 97 años, sin querer hablar de la situación que le llevó a abandonar su hogar en sus últimos días de existencia. «Había vivido hasta tres volcanes». Ella cuida ahora a su suegra, de 90, y reconoce que a lo que fue su hogar «he vuelto muy poquito, a recoger calzado y papeleo».

La primera vez fue «desolador. Todo negro, montañas de ceniza. Horroroso». Lo que se llevó el volcán es «sólo un 10% de la isla, que es donde yo estoy. Todo el mundo dice que hasta junio o julio no habrá retorno. No hay carretera, luz, agua, supermercado, farmacia. ¿Cuándo vamos a volver a trabajar? Mientras tanto sigo pagando la cuota de autónomo», recuenta Álvarez, de 55 años y dedicada al sector de la hostelería. Su casa «estaba debajo del cementerio y se salvó, como toda La Mancha de abajo. Quiero que renazca, mucho mejor que antes», dice, forzando el optimismo de cara al futuro. Luego, traza el presente con una sola frase: «cada día, lloro».

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Las Palmas, Volcán de La Palma, Erupciones volcánicas, Volcanes
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