Arturo Pérez-Reverte: "No sé si antes vivíamos mejor, pero éramos mejores"
Cuando llega a la Real Academia Española, el escritor saluda al personal con amabilidad, ajustado al protocolo que imponen los tiempos, y cuelga el sombrero en la percha que lleva su nombre: Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951). Trae bajo el brazo 'El italiano' (Alfaguara), su nueva novela, un cañonazo basado en hechos reales que traslada al lector al Gibraltar de la Segunda Guerra Mundial para hablarle de buzos que hunden buques ingleses, de espías, comisarios e interrogatorios, de la dignidad y el respeto, del Mediterráneo. De Elena Arbués y Teseo Lombardo, dos héroes en una aventura que se devora, marcada por el amor, el dolor y el mar, con el inconfundible pulso de su autor y que celebra el valor de sentarse a leer.
¿Qué te llevó hasta 'El italiano'?
Fui con mi padre a ver 'Su mejor enemigo', una película ambientada en la Segunda Guerra Mundial en la que los ingleses son héroes y los italianos son unos payasos y unos cobardes. Yo debía de tener 12 años. Al salir del cine, mi padre me dijo: «No te creas que eso ocurrió así: hubo italianos muy valientes». Y él, que era un hombre que conocía el mar, me contó la historia de los buzos italianos que atacaban los barcos aliados en Alejandría, Gibraltar... Aquello se quedó en mi cabeza y, más adelante, empecé a documentarme por afición. Hasta que, un día, estando en la bahía de Algeciras, vi que ahí había una novela.
Con un personaje central potentísimo: Elena Arbués, una joven librera en La Línea de la Concepción.
Toma sus propias decisiones, pelea por lo que ella misma cree, elige por qué combate. Durante 9.000 años, las historias las han protagonizado héroes masculinos cuyos actos tenían consecuencias en la vida de las mujeres. Sin embargo, Elena es activa, la dueña de su destino. Conecta con el héroe femenino del siglo XXI, que es muy interesante y, sobre todo, muy lúcido, porque la mujer ha pagado un precio enorme para llegar a lugares donde nunca había estado.
Rompes tópicos sobre los soldados italianos y desmitificas a los ingleses. ¿Es una forma de ajustar cuentas?
Hemos sido injustos con aquellos soldados italianos, siempre los imaginamos desharrapados, chapuceros... Pero no: lucharon bravamente y protagonizaron hazañas espectaculares, que es lo que me ha llevado a saldar una especie de deuda. Quería rehabilitar su memoria y homenajear a la gente del Mediterráneo. El otro día, mi amigo Raúl del Pozo me dijo sobre el libro: «Es una asombrosa reivindicación del Mediterráneo como patria».
La patria: un concepto delicado.
Me educaron en la época de la España una, grande, libre. Pero tenía una ventaja: la mía era una familia muy lectora. Y, claro, cuando lees... Para mí, la patria era la cultura, y la de España es una cultura mediterránea: los italianos, los griegos, los turcos, los del norte de África... Tan patria mía era Homero como Virgilio o como Dante. Yo estoy más en mi casa en un cafetín de Estambul o en un bar de Nápoles que en un restaurante de Hamburgo o en una librería de Londres.
Pero hay gente empeñada en vestirte de españolazo.
Ya, eso es por la estupidez del inculto, del ignorante que etiqueta según su escasa formación en vez de conforme a la realidad, algo que está haciéndole muchísimo daño a España. A veces, los demás no te juzgan por lo que haces, dices o piensas, sino por lo que ellos, en su limitada capacidad intelectual, hacen, dicen o piensan.
Hablabas de Homero, Virgilio, Dante... Son las lecturas de Elena Arbués. ¿De qué forma la marcan?
Hay un elemento que es clave en el libro: ella reconoce al héroe. Yo estudié de pequeño latín y griego, traduje a Homero, leí mucho. Cuando me hice reportero y empecé a salir al mundo, a ser testigo de tragedias, decía: «Esto ya lo conozco». Porque lo había leído. Veía a Ulises, a Héctor, a Aquiles... Los libros me ayudaron a interpretar, a comprender y digerir las cosas. Y Elena tiene también eso. Su formación clásica le permite ver al héroe en Teseo Lombardo, que, por cierto, ha encantado a todas las mujeres que han leído la novela antes de su publicación.
Dice uno de los personajes del libro que "el amor está sobrevalorado". ¿Lo compartes?
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— CHUKWUKA OBELEAGU Thu May 21 14:56:36 +0000 2020
Sí. Cumplo los 70 dentro de poco y tengo una biografía más o menos movida, así que hay cosas que ya no me planteo con inocencia o con ingenuidad. Durante mucho tiempo nos han vendido que el amor es redondo: "Se besan y son felices para siempre". Vale, 'son felices', pero a lo mejor no 'para siempre'. Porque es que después vienen 30 años de convivencia, los silencios, el cansancio, la infidelidad, la enfermedad, el paro, la muerte... El amor es complejo, se transforma. Así es el de mis novelas, también el de 'El italiano': cuento una historia de amor adulto, lúcido, consciente.
También es una historia de gente decente, de gente digna.
Eso es decisivo. En un mundo tan absurdo como este, quedan pocas cosas capaces de resistir la prueba de la verdad. Y el valor, entendido como integridad, como dignidad, es una de ellas. Resulta muy difícil fingirlo. Tú puedes comprar ropa, sexo, prestigio, imagen, fama..., pero, cuando todo se va al carajo, la integridad la tienes o no la tienes.
Independientemente del bando.
Exacto. En la España de hoy hemos llegado al extremo de negárselo todo al enemigo: no tiene ninguna virtud, sólo hay defectos. Esa actitud impide cualquier posibilidad de reconciliación. Queremos callar al rival, liquidarlo, borrar su memoria de la faz de la Tierra. Vuelvo a abordar la cuestión en 'El italiano': la gente decente, honrada y segura de sí respeta al enemigo; lo combate, lo degüella si es lo que dictan las reglas, pero lo respeta. Lo contrario es odio para siempre, heredado por generaciones.
¿Qué pensarían tus héroes del clima social, de los 'haters'?
Cuando los héroes de verdad ven la basura, ni siquiera se indignan; se apartan y la desprecian. ¿Yo, que me he cruzado una bahía subido a un torpedo y me he jugado la vida hundiendo barcos ingleses, voy a discutir con alguien que no ha salido de su casa? ¡Anda ya! En un contexto como el actual, en el que tendemos a simplificar, conviene decir: «No, no, párate y piensa». Por eso me parecía oportuno subrayar en la novela la importancia de buscar puntos de vista que nos ayuden a comprender a los demás.
¿Crees que en España se vivía mejor hace 30 o 40 años?
O sea, ya en democracia.
Sí.
No sé si se vivía mejor, pero éramos mejores. Aún no nos había envilecido tanto la descomposición de las estructuras sociales de Occidente. Había esperanza, creíamos que la concordia, el diálogo, la conciliación y la cultura estarían al alcance de todos. Pero ya sabemos que no será así. La capacidad de sacrificio, de amor y de solidaridad entre la gente, ¡entre vecinos!, ha desaparecido.
Por decir esto ahora te llaman reaccionario, 'rojipardo'...
Sí, 'viejuno'... ¿Sabes qué pasa? Que, a mi edad, me da igual. He estado en lugares donde ya han ocurrido cosas terribles, y vamos de camino hacia ellos. Quizá el viaje sea diferente, pero el destino es el mismo, y es muy desagradable. No hablo de guerras, sino de descomposición moral.
¿Qué nos queda frente a eso?
El conocimiento, los libros, las películas, la música... Son elementos que te enriquecen, la única herramienta para soportar el caos, la soledad, el dolor, el fracaso, la pandemia... Cuando estos ministros y ministras reducen la cultura a una papilla que no alimenta, que es un trámite demagógico, condenan a las generaciones jóvenes a no encontrar consuelo intelectual el día que lleguen los jinetes del apocalipsis.
¿Y es aposta?
No, es por estupidez. Mira, si fuera el plan de un malvado que nos quisiera incultos, al menos antes de matarlo me tomaría una copa con él. Le diría: «Cuénteme, doctor No, ¿cómo lo ha hecho? ¡Y qué bien le ha salido!». Y él: «Pues mire, monté una conspiración, manipulé...». Pero es que es estupidez, dejadez pura, incompetencia.
¿Las respuestas están en los clásicos?
Claro, son útiles. Porque al final todos somos Ulises, o Aquiles, o Eneas... o el Quijote. Leerlos permite reconocer lo que ocurre a nuestro alrededor y preguntarnos: «¿Qué hizo Ulises cuando se encontró en esta situación?». Quizá no salgas de la trampa, pero entenderás que la vida tiene unas reglas, y eso ya es un consuelo, es analgesia. No existe nada peor que el desconcierto. La gente corre como pollo sin cabeza sorprendida de que haya atentados, terremotos, pandemias... Sólo la cultura nos permite morir con dignidad. ¿Que el volcán entra en erupción? Vale, tocaba: lees una página del Quijote, besas a tu mujer y a tus hijos y os abrazáis mientras la lava sepulta vuestra casa. ¿Qué pasa? Es la vida...
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