Que se olviden de mí : Radio Ambulante : NPR

Que se olviden de mí : Radio Ambulante : NPR

DANIEL ALARCÓN: Esto es Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón.

Hay lugares donde nos quedaríamos para siempre y otros donde no quisiéramos pasar una sola noche.

Hay lugares en donde elegimos estar y otros de donde no nos podemos ir.

Cuando tenemos mucha suerte nuestro lugar también es nuestro hogar. Y a eso aspiramos siempre, ¿no?, a sentirnos como en casa.

Pero a veces los sitios en que vivimos son lugares de paso. Residencias no permanentes. Una parada en un hotel de ruta en medio de un viaje muy largo o el campamento que armamos cerca del río. Bueno, y hay casos muy dramáticos… Una casa temporal después de una inundación. La celda de un preso esperando salir.

Nuestra historia de hoy, es sobre una mujer y sobre un lugar. Y sobre cómo ella, Juana Luz Tobar Ortega, tuvo que quedarse allí para seguir estando, de alguna forma, en su casa.

Los productores David Seth Miller y Patricia Serrano reportearon esta historia.

Después de la pausa, Patricia les sigue contando.

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ALARCÓN: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Esta es Patricia.

PATRICIA SERRANO: Bueno, Juana esta es su…

JUANA TOBAR: Pues este es el comedor…

SERRANO: Nos cuenta un poco cómo, cómo vive acá...

Visitamos a Juana Tobar un sábado de principios de marzo de 2021 en las afueras de Greensboro, Carolina del Norte, una ciudad al pie de las montañas apalaches. Su casa, o mejor dicho, donde vive, es un lugar aislado, silencioso. Rodeado de cedros, alejado de la carretera. No hay vecinos, no hay nada, en realidad. Pero la puerta siempre está cerrada con llave.

TOBAR: Pues este... Es aburrido verdad pero... y cansado, pero... Este es el comedor donde casi siempre estamos aquí con la familia cuando me vienen a visitar.

SERRANO: Que no es siempre, o no tan frecuente como ella quisiera…

TOBAR: Siempre estamos aquí conviviendo, nuestra comida o nuestras pláticas. Vénganse... les enseño el cuarto.

SERRANO: Hay toda una odisea detrás del por qué Juana está viviendo en este lugar, y es justamente lo que vamos a contar hoy. Pero, por ahora, comencemos aquí. Juana tiene 49 años y aunque nació en Guatemala, hace 30 vive en Estados Unidos. Esa mañana llevaba el pelo negro atado y un vestido amplio. Se movía despacio, con un perrito blanco ladrando a sus pies, mientras nos daba un tour por el lugar.

TOBAR: Pues este… este cuartito era una sala. Entonces desde que yo llegué aquí, pues es ahora, es mi... Es… son… es mi cuarto de..., mi sala y mi cuarto de dormir.

SERRANO: En las paredes, sobre la cómoda, sobre la mesa de noche y los estantes... casi en todas partes, hay fotos, carteles y dibujos. Hay una pintura del mar sobre el respaldar de la cama porque Juana extraña la época en que podía ir de vacaciones a la playa. Y hay, sobre todo, mensajes de aliento...

TOBAR: Esas cosas me las han pintado mis nietas y ellas me las han puesto ahí en la pared para que… dicen que cuando esté sola que me acuerde de ellas.

SERRANO: ¿Nos podés leer un poquito qué dicen?

TOBAR: Si pues alguno dice “my grandma”. “Yo amo a mi abuela”. “Mi abuela tiene un gran corazón” . “I love you my grandma”...

SERRANO: El cuarto de Juana parece un homenaje a su vida. Además de los mensajes de amor de sus nietos hay copias de artículos que se han escrito sobre su historia, imágenes de Guatemala con las montañas verdes y las nubes atravesándolas. Los periodistas, los fotógrafos, los voluntarios le van dejando cosas y su familia se las va ordenando en los pocos lugares vacíos que quedan.

Y es que cuando visitamos a Juana ella ya llevaba 3 años y 9 meses en este lugar del que no podía salir.

Su primera casa era muy diferente. Juana creció en un pueblito rural en la cordillera volcánica de Guatemala, cerca de la frontera con El Salvador, en un caserío llamado El Coco.

TOBAR: Era una casa chiquita, nomás, teníamos una sala, un corredor. Y una cocinita bien chiquita, pero era de tierra, la casa era de adobe, éramos pobres pero éramos felices.

SERRANO: Juana es la cuarta hija entre 7 hermanos. De niña le encantaba pasar tiempo con los animales que criaban sus padres. Su familia vivía de lo que podía sembrar, cosechar y vender. Ella casi no tenía juguetes, en general no tenía demasiadas cosas, pero no le importaba mucho: su juego favorito era cortar pasto todos los días y darle de comer a los conejos.

Pero todo cambió de repente cuando, a sus 10 años, su papá y su mamá, como tantos otros, se fueron a trabajar a Estados Unidos. Desde el momento en que emigraron sus papás, Juana se convirtió en la responsable de la casa.

TOBAR: Yo era la que les cocinaba, yo era la que lavaba, la que tenía pues... eran como, como mis hijos. Yo era como su mamá.

SERRANO: Los siete hermanos vivían bajo el cuidado de los abuelos que les daban la plata y las cosas que enviaban sus padres desde Estados Unidos. Para Juana, en esa época, su vida se reducía a eso: trabajar en la casa y esperar noticias de sus padres. Cada vez los extrañaba más.

TOBAR: Ay yo soñaba con que ellos regresaran. Ese era mi sueño, que ellos regresaran.

SERRANO: El sueño tardaría cinco años en cumplirse. Juana tenía 15 cuando ellos finalmente volvieron. Ya adolescente, estaba de novia con Oscar, un vecino de su aldea, y planeaban vivir juntos. Los padres aceptaron.

TOBAR: Y cuando salí embarazada pues la verdad que yo sí me preocupé porque miraba... la pobreza. Y decía yo ¿qué voy a hacer?

SERRANO: En junio de 1988 nació Lesvi, su primera hija. Dos años después llegaría Yeimy. Por ese entonces Juana vivía en casa de sus padres junto a su pareja y a pesar de que era un lugar muy aislado, en plena montaña, la violencia que se vivía en el país estaba cada vez más cerca.

Las últimas décadas Guatemala había vivido años difíciles, entre dictaduras militares y guerrillas. En el medio, la población, en su gran mayoría indígena, pobre y campesina, era la más afectada. Las masacres de aldea en aldea eran comunes y la gente vivía en una encrucijada de violencia.

Una mañana de 1992, la mamá de Juana encontró un mensaje afuera de la casa.

TOBAR: Y dijo aquí hay una carta y tenía mi nombre y decía ahí que yo me tenía que unir a ellos porque ellos sabían dónde yo era y que si no me iban a matar. Que ellos tenían toda la información de nosotros.

SERRANO: Ellos. La guerrilla guatemalteca. La carta estaba escrita a máquina y exigía que Juana se uniera al grupo guerrillero en represalia por un tío y un primo que formaban parte del Ejército.

TOBAR: Y de... mencionaba los dos nombres de ellos. Que si ellos estaban sirviendo al... al Ejército, pues yo tenía que servir a ellos. Entonces yo pues le dije a mi papá y a mi mamá ¿verdad? este... ¿Qué vamos a hacer? Yo no me voy a ir con ellos.

SERRANO: Juana recibió dos cartas más con la misma amenaza. No estaba dispuesta a unirse a la guerrilla. Ni siquiera era una decisión ideológica, era una de supervivencia. Los asesinatos de la población civil eran comunes tanto de un bando como del otro. Tendría que tomar una decisión, la más difícil de su vida. Escaparse del país o quedarse, viviendo bajo la constante amenaza de que la mataran.

TOBAR: Yo no quería dejar a mis niñas. Recuerdo que yo le decía a mi mamá. Pero mi mamá me decía que no me preocupara, que ella me las iba a cuidar. Estaban chiquitas. A mí me dolía mucho porque… yo ya había estado lejos de mi mamá un tiempo. Y cómo la extrañábamos. Yo no quería que mis niñas pasaran por lo mismo que yo ya había pasado.

SERRANO: Pero sentía que no había otra opción sino irse. Juana habló con su pareja Oscar y acordaron que ella, sola, viajaría a Estados Unidos. Las niñas se quedarían con él y con los papás de Juana. Contactaron a un coyote que la ayudaría a hacer el viaje. Le cobraba 3.000 dólares. Juana logró conseguir el dinero prestado y pocos días después se levantó en la madrugada y partió cuando todavía estaba oscuro.

TOBAR: Las dejé dormidas. Ya me levanté y no las desperté para que no supieran. Cuando ellas se despertaron una mañana ya… ya no me encontraron.

SERRANO: Juana viajó 8 días desde su pueblo en Guatemala hasta California. Cruzó todo México escondiéndose en casas y viajando oculta en autos por las noches. Fue un viaje largo y peligroso. Cuando finalmente llegó, Los Ángeles le pareció una ciudad linda pero demasiado grande, demasiado lejos de sus hijas. Tenía apenas 20 años y no hablaba una sola palabra de inglés.

TOBAR: Se me hizo bonito, pero yo creo que yo, de la misma tristeza que sentía, no miraba tan bonito.

SERRANO: Lo primero que hizo fue reunirse con dos de sus hermanos, que vivían como indocumentados en Los Ángeles. Ellos también se habían escapado de Guatemala, pero en su caso, fue para no ser reclutados a fuerzas para el Ejército.

Lo segundo que hizo Juana fue buscar un trabajo.

TOBAR: Todo era diferente. Me desesperaba mucho. Llegué a cuidar niños y me ponía a pensar “yo cuidando niños ajenos y los míos tal vez sufriendo”.

SERRANO: Pero quería hacer las cosas bien: conseguir un permiso de trabajo, juntar la plata para pagar la deuda de su viaje y también enviar dinero para la crianza de sus hijas.

Averiguó en la oficina de Inmigración cuáles eran sus opciones y decidió aplicar a un asilo político por la situación de violencia de la que había tenido que huir. Pero necesitaba presentar alguna prueba. En su caso, serían las cartas de amenaza de la guerrilla.

TOBAR: “¿Y no tienes pruebas?”. Y si es cierto, uno no trae nada, porque cuando uno se viene así... de mojado, uno no trae nada.

SERRANO: “De mojado”. Es decir cruzar sin nada el Río Grande o el desierto. Pero aún sin esas pruebas, Juana pudo comenzar el proceso para ser asilada política. Era una época en que miles de centroamericanos migraban a Estados Unidos por la violencia en sus países. Una época en la que las leyes migratorias eran menos restrictivas. Juana obtuvo su permiso de trabajo poco tiempo después: debería renovarlo una vez al año. Y aunque podría pasar mucho tiempo antes de conseguir un permiso de residencia como refugiada, por lo menos ya no era indocumentada.

Casi un año después de haber llegado a Los Ángeles, Juana decidió mudarse a Carolina del Norte, un estado al otro lado del país. Un tío vivía allí y le había contado que todo era más barato y había mucho trabajo. Juana llegó a Asheboro, un pueblo rural del sur de Estados Unidos, a finales de 1993.

TOBAR: Y sí, aquí sí se me hizo feo (risas). Más que había mucha nieve en ese tiempo. Empecé a ver y no me gustaba nada, nada.

SERRANO: Pero su tío no le había mentido: en cuestión de dos días ya estaba contratada en la fábrica de muebles donde él trabajaba. Ella se encargaría de la costura de mueblería.

TOBAR: Como yo no sabía coser, nunca en mi vida había cosido, ellos dijeron que me iban a mandar a una escuelita para que… me iban a enseñar y de una vez me iban a pagar como si fuera un trabajo.

SERRANO: Había sido un año de muchos cambios, pero finalmente se sentía más tranquila. Trabajo estable, con buen sueldo, y ya podía empezar a mandar dinero a sus hijas. Esto era más importante que nunca ya que hubo otro cambio grande en la vida de las hijas… Oscar, la pareja de Juana, también emigró a Estados Unidos, y habían decidido terminar su relación. Las niñas, sin madre y ahora sin padre, dependían solo de sus abuelos maternos.

A la distancia, y como podía, Juana intentaba mantener el vínculo con sus hijas. Era muy difícil porque las llamadas eran muy caras y porque en su pueblo natal había una sola casa con teléfono. Hablar con Lesvi y Yeimy era toda una odisea.

TOBAR: Tenía que llamar a alguien. Y esa persona que atendía el teléfono ya tenía que ir a buscar a mi familia para avisarles que yo iba a llamar a tal, tal día a tales horas, como una cita.

SERRANO: Cuando lograba comunicarse con ellas les preguntaba cómo estaban, qué necesitaban. Pero las nenas, que para ese entonces tenían 5 y 3 años, no contaban mucho.

TOBAR: Sólo decían te quiero, mamá. Te quiero. Más la más grande. La otra estaba más chiquita todavía, no hablaba bien.

SERRANO: Juana también enviaba cartas y fotos. Las extrañaba mucho y soñaba con volver a verlas. Además, desde que había llegado a Estados Unidos, estaba preocupada.

TOBAR: Mi mamá siempre me decía de que… que yo trabajara aquí, que no me preocupara por ellas, pero la niña grande yo… me mandaban fotos y yo la miraba, como triste.

SERRANO: Flaca, como desnutrida, con muchas manchas en la piel y las uñas débiles, quebradizas. Juana le pidió a su mamá que la lleve a un doctor.

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TOBAR: Y mi mamá me decía “es que fíjate que siempre que la llevo me dicen que la niña tiene una anemia bien profunda. Y yo le compro las vitaminas, le compro aquí, le hago”. Que mi mamá pues hacía todo lo que podía, pero, ¿sabe qué era el problema, fíjese? Yo creo, el problema era que yo estaba lejos, verdad, y yo les hacía falta.

SERRANO: En el trabajo Juana había conocido a un hombre: Carlos. Guatemalteco y, como ella, también se había ido de su país por la violencia. Tenían mucho en común y Juana sentía confianza para contarle sobre sus hijas y sobre lo preocupada que estaba por Lesvi.

Poco tiempo después se enamoraron y decidieron irse a vivir juntos. Vivían en una casa trailer cerca del bosque. Y aunque no estaba en los planes, a mediados de 1994, quedó embarazada. Apenas se enteró pensó en sus hijas…

TOBAR: Me preocupaban ellas. Yo no quería tener todavía. Yo les decía que íbamos a tener, pero más adelante. Yo tenía que ver qué iba a hacer con los que tenía ya.

SERRANO: Pero también sintió que su embarazo era una bendición y empezó a soñar con Lesvi y Yeimy conociendo a su hermanita. En abril de 1995 nació su tercera hija, Jackeline, tres años después de haber dejado Guatemala.

Por primera vez Juana sentía algo parecido a la felicidad. Pero con Lesvi y Yeimy a miles de kilómetros de distancia no era una felicidad completa. Vivía preocupada. La salud de Lesvi no mejoraba y aunque hablaban cada vez más por teléfono y mandaba fotos de su hermanita y dinero para ellas, Juana se sentía mal, culpable. Los años pasaron así, con ella y Carlos trabajando en la fábrica y la pequeña Jackie creciendo sana y feliz.

Hasta que en 1999, cuando Lesvi ya tenía 10 años, Juana recibió una llamada de su madre.

TOBAR: Y me dijo mi mamá que la niña más grande estaba bien grave.

SERRANO: Ese día sintió que el cielo se volvía negro de repente. Hacía ya siete años que no veía a sus hijas. Casi no podía pensar, necesitaba tomar una decisión y hacerlo rápido.

TOBAR: Yo le dije a mi esposo “yo voy a tener que ir a Guatemala”. “Yo voy a ir”, le dije, “nomás a ver qué pasa con la niña, pero tengo miedo”.

SERRANO: Era un miedo doble: por un lado volver a su país significaba enfrentarse de nuevo a la amenaza de la guerrilla. Por más que habían pasado muchos años, no se sentía segura. Y, por el otro, temía perder su proceso migratorio. Su situación era muy frágil. Hasta ese momento cada año renovaba el permiso de trabajo pero el Servicio de Inmigración no le había dado el asilo político ni la residencia.

TOBAR: No lo planeé tanto, pa’ qué le voy a decir. Fue así como de hoy para mañana la decisión. Y si no lo hago ahorita, ya no… no lo voy a hacer, creo, pensé. Si lo pienso, si yo me ponía a pensar en toooodo lo que podía pasar… No, no iba a hacer nada.

SERRANO: En términos legales, las consecuencias podrían ser dramáticas. Abandonar Estados Unidos era correr el riesgo de perder todo el proceso de petición de asilo.

Sin embargo, Juana dejó a su hija Jackie con su esposo, compró un boleto de avión y pocos días después voló desde Carolina del Norte hasta Guatemala. El problema no era salir de Estados Unidos. El reto sería volver. Tendría que hacerlo cruzando la frontera de ilegal, como la primera vez. Pero habría tiempo para preocuparse de eso después.

Mientras tanto, en Guatemala, Lesvi no podía creer que iba a volver a ver a su mamá. La recordaba como una imagen borrosa, un recuerdo lejano, una voz detrás del teléfono.

Lesvi hoy tiene 33 años y recuerda el día en que, después de siete años sin verla, se reencontró con su mamá. Fue con sus abuelos y su hermana Yeimy a esperarla al aeropuerto en la capital.

Aquí Lesvi.

LESVI MOLINA: La reconocí desde que la vi en el aeropuerto y eso fue muy emocionante. De llorar y abrazarla. Y poder ¿no?… este… tocar su rostro. Poder… este… disfrutar con ella. Eso fue maravilloso.

SERRANO: La casa se convirtió en una fiesta.

MOLINA: Me recuerdo que cuando llegamos a la casa, obviamente fue, no, abrir todos los regalos que mamá trajo para sus hijas, porque había traído muchas cosas para disfrutar con, con, con nosotros, con la familia. Nos había traído zapatos, ropa, de todo, muñecas.

SERRANO: Fue maravilloso. Una de las sensaciones que más recuerda Lesvi de ese día fue ver a su mamá y a su abuela juntas, cocinando para ella y su hermanita. El olor de la comida, la familia reunida, una sensación de felicidad.

MOLINA: Esa era una experiencia nueva para nosotras. Era muy, muy precioso ver a mi mamá, ver a nuestra familia junta, poder sentir el amor de mamá, poder ver que ella nos quería, que nos amaba. Son memorias que quedan grabadas en mi mente, que me llevo conmigo porque nunca piensas que… de cuánto extrañas a mamá hasta que mamá está en casa. No hay nada que se compare con mamá. No hay nada.

SERRANO: Juana llegó decidida a ayudar a su hija de una vez por todas. Llevó a Lesvi a un nuevo doctor. Le confirmaron la anemia. Juana consiguió todas las medicinas que le recetaron y enseguida Lesvi empezó un nuevo tratamiento. Los abuelos de Lesvi habían hecho lo que podían para su nieta, pero no alcanzaba. Vivían aislados, tenían poquísimos recursos y educación. Juana, que había pasado siete años sin ver a sus hijas, tenía solo dos semanas para hacer todo lo que pudiera por ellas. En la fábrica le habían dado un permiso por ese tiempo.

Los días pasaron volando y Juana tenía que volver. En Estados Unidos la esperaban Carlos y su pequeña hija Jackie. Tenía que realizar todo el cruce por México, la frontera y casi medio país para llegar a Carolina del Norte. Le esperaba un largo y peligroso viaje.

Pero despedirse le resultaba tan difícil como la primera vez.

TOBAR: Ellas estaban bien felices las dos. Y yo también. Estaba bien contenta, pero... ahí sí yo les prometí que ya no las iba a dejar. Y la más grande siempre me decía: “Mami, ya no me deje, no me quiero quedar”, me decía. Esa fue la decisión que yo tomé, de traérmelas mejor.

SERRANO: Juana cumplió su promesa. Unos días después, finalmente Juana, Lesvi y Yeimy partieron desde su pequeño pueblo en la montaña hasta Ciudad Juárez en México. A las nenas les costó mucho despedirse de sus abuelos y de la vida que conocían. El viaje fue aún más difícil, pero lograron llegar a la frontera.

En Ciudad Juárez Juana contrató a unos coyotes que pasarían por migración a las dos niñas... caminando, con actas de nacimientos falsas, como si fueran ciudadanas americanas.

En cambio a Juana le dieron una visa mexicana que tendría que usar para cruzar la frontera caminando, como si fuera turista. La idea era evitar el desierto y reunirse pronto con sus hijas al otro lado, en El Paso, Texas.

Lesvi tenía 10 y Yeimy 8 años cuando pasaron la frontera sin problema, pero las cosas no salieron bien para Juana. Un oficial de inmigración le pidió que mostrara su visa.

TOBAR: Y se la di y me dijo tú no eres la que está aquí. Y me dijo “Sígueme”. Me llevó a la oficina y entonces me metió huellas ahí en la computadora y pues dije yo “y ahorita me va a deportar hasta Guatemala”.

SERRANO: Sin embargo, y para sorpresa de Juana, después de tomar sus huellas dactilares y una foto, el oficial le dijo que se fuera, que regresara a México. Los coyotes estaban esperándola. Esta vez lo intentarían de otra forma. Juana cruzó a pie el desierto de Chihuahua sin saber nada de sus hijas, ni dónde ni con quién estaban. Fueron 7 días bajo el sol hasta que llegó a El Paso y los coyotes la llevaron a una casa donde Lesvi y Yeimy la esperaban, asustadas.

Juana recogió a las nenas y enseguida viajaron hasta Albuquerque, en Nuevo México, donde compró pasajes para irse en bus hasta Carolina del Norte. Fueron tres días más de viaje cruzando el país hasta llegar a su casa, que de ahí en adelante también sería la de Lesvi y Yeimy.

Las niñas conocieron a su hermanita Jackeline y a su padrastro Carlos y poco tiempo después comenzaron la escuela. Al principio fue muy difícil, sobre todo para Lesvi.

MOLINA: No sabíamos el idioma. La comida era diferente. El afecto de mamá no era el mismo. Mamá se pasaba trabajando. Vivir en familia ya no era igual.

SERRANO: Juana notaba que sus hijas extrañaban muchísimo a sus abuelos y a su pueblo, pero no se arrepentía de la decisión que había tomado. Con el tiempo se adaptarían y además, ya no quería volver a estar lejos de ellas. Después de tantos años su familia al fin estaba reunida. Con ellas a su lado, ya no vivía en una casa en un país extranjero, sino en un hogar que compartía con la gente que más quería en el mundo.

Juana siguió con sus trámites migratorios como si no hubiera pasado nada. Durante dos años pudo renovar su permiso de trabajo sin problemas, pero en el fondo no se sentía segura…

TOBAR: Siempre tuve miedo. Siempre tuve miedo qué va a pasar, ¿verdad? ¿Qué va a pasar?

SERRANO: Finalmente algo pasó. A mediadosde 2001 recibió una carta del Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos donde le informaban que su proceso de asilo había sido negado y que tenía que irse del país. Se trataba deuna “salidavoluntaria”, es decir, que tenía que irse por sus propios medios. Justo en ese momento estaba embarazada otra vez.

TOBAR: Ya me habían dicho que era varón. Y entonces le dije a mi esposo “mira, voy a esperar que nazca el baby y voy a salir del país”, le dije. “Yo creo que me voy a devolver a regresar porque las niñas ya no, no las dejo, y allá pues está más peor la cosa”.

SERRANO: Carlitos nació el 14 de noviembre de ese año. Y aunque Juana había pensado en irse, finalmente decidió quedarse y seguir con su vida como una inmigrante indocumentada, sin papeles y sin renovar el permiso de trabajo. Pero todo lo demás seguía igual: manejaba su carro hasta la fábrica, llevaba a las niñas a la escuela, pagaba sus impuestos...

TOBAR: Me quedé así como calladita.“Ah, esos ya se olvidaron de mí” pensé. Ay, gracias a Dios que ya se olvidaron de mí.

SERRANO: Y sí, parecía que se habían olvidado de ella. Los años pasaron, los niños crecieron, Lesvi y Yeimy ya eran adolescentes, y aunque Juana se sentía orgullosa por haber logrado reunir a su familia, el miedo nunca se iba del todo: sentía que en cualquier momento podían ir a buscarla.

En 2011, diez años después, la mañana del 8 de noviembre, ese miedo se convirtió en una realidad.

TOBAR: Como a eso de las 8, 9 de la mañana llegaron… llegaron a la oficina de... del trabajo y me llamar... me mandaron a llamar, yo creí que era para otra cosa.

SERRANO: Juana dejó su máquina de coser y fue a la oficina de su jefe. Allí la esperaban dos hombres que no conocía. Uno de ellos le preguntó en inglés si era Juana Tobar. Ella dijo que sí y enseguida la arrestaron.

TOBAR: Ay, otra vez yo estaba como “¿qué va a pasar?” Hoy sí me van a deportar... en mi mente, verdad, pensaba que me iban a deportar.

SERRANO: Juana lloró, protestó y suplicó que no la arrestaran, pero no logró nada. Fue trasladada a una de las cárceles del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas —ICE, por sus siglas en inglés— en el sur de Estados Unidos, en Georgia. Allí fue interrogada sobre su salida del país 12 años antes. Le mostraron la foto de ella intentando cruzar la frontera con una visa falsa. Juana no podía mentir y contó su verdad: que fue a buscar a su hija enferma.

Después de estar nueve días detenida, una mañana le dijeron que juntara sus cosas.

TOBAR: Y yo pensé, pues que me llevaba para otro lugar o en ese ratito me iban a llevar donde está el avión, ¿verdad?

SERRANO: Pero, de nuevo, sorprendentemente, la llevaron a una oficina donde le entregaron sus papeles migratorios para que pudiera volver a obtener un permiso de trabajo y le dijeron que podía irse a su casa, que llamara a su familia para que la fueran a buscar.

El problema era que la oficial de inmigración solo hablaba inglés…

TOBAR: Entonces yo entiendo un poquito, pero un poquito, no mucho inglés. Yo dije, yo creo que yo no le entendí.

SERRANO: Juana llamó a su esposo y le pidió que hablara con la oficial porque no entendía qué estaba pasando.

TOBAR: Y dijo sí, dijo ella. Sí, eso le dije, que ella se va pa' su casa. Que la vengan a recoger.

SERRANO: Juana nunca tuvo claro por qué la dejaron libre. Era la tercera vez que se salvaba de ser deportada a Guatemala: la primera vez había sido en la frontera de El Paso, en Texas, cuando la dejaron volver caminando a México. La segunda vez cuando le comunicaron que debía irse del país, pero ella decidió quedarse, y lo logró… Por una década. Y esta última cuando pensó que ya no tendría escapatoria. Sin embargo ahí estaba, regresando a su casa con su marido, en donde la esperaban sus cuatro hijos, su trabajo, su vida. Lo único que le ordenaron fue que se reportara una vez por año ante el ICE.

TOBAR: Todos esos años yo bien contenta porque cada año iba allá a la oficina de Migración. Y me dejaban otra cita para el siguiente año, regresa, pero me extendían el permiso de trabajo.

SERRANO: La vida siguió bastante tranquila. Juana seguía cosiendo almohadones en la fábrica de muebles al igual quesu esposo. Los hijos más chicos ya estaban en la escuela secundaria. Y Lesvi y Yeimy ya habían formado sus propias familias. Juana, ya abuela, disfrutaba de su tiempo con sus nietas, de ir a la Iglesia, de salir a cenar todos juntos.

TOBAR: Teníamos una vida normal. Pasó el 2012, el 2013, 2014, 2015, 2016, en el 2017 otra vez… se nos derrumbó todo.

SERRANO: En 2017 Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos.

(SOUNDBITE ARCHIVO)

DONALD TRUMP: As we speak tonight, we are removing gang members, drug dealers and criminals that threaten our communities and prey on our very innocent citizens. Bad ones are going out as I speak…

SERRANO: Su campaña y en cierta medida su éxito político, se había basado en demonizar a los inmigrantes, prometiendo ser duro con ellos. Juana tenía su cita anual en la oficina de inmigración el 20 de abril de ese año. Un tiempo antes su abogado la había llamado para decirle que no sabía qué podía pasar ese día, que tendría que acompañarla y que se preparara porque había una chance muy grande de que la detuvieran.

TOBAR: Pues la verdad, yo me empecé a preocupar porque se veía, pues en las noticias, uno escuchaba de que el presidente había puesto cero tolerancia, no sé qué leyes, y todo eso nos afectaba a nosotros, a las personas que estaban como yo.

SERRANO: La noche anterior a la cita toda la familia se reunió. Como son muy religiosos, realizaron una vigilia hasta la madrugada. Juana se durmió muy tarde y soñó con dos agentes de inmigración que la atrapaban y le ponían a la fuerza un grillete en uno de sus pies. Se despertó angustiada, muy temprano, y antes de las seis de la mañana partió junto con su marido y el abogado hacia la oficina de Inmigración.

Antes de irse se despidió de sus hijos más chicos, Jackie y Carlitos, que ya para ese momento eran grandes: tenían 22 y 15 años.

TOBAR: Me dio mucha tristeza porque mi hija Jackie y Carlitos me abrazaron. Y se pusieron a llorar. “Mamá, si no te volvemos a ver, me dijeron, no te preocupes, nosotros podemos ir a Guatemala a verte”. Esas palabras sí que me... me partieron el corazón.

SERRANO: Cuando llegó a la oficina de inmigración, Juana entregó los papeles de rutina como cada año. El agente los miró rápido y después le comunicó que, según sus registros en el sistema, estaba todo listo para que ella fuera arrestada y deportada lo antes posible, probablemente ese mismo día.

TOBAR: Y cuando yo oí eso, la verdad que yo ya no pude contenerme, yo me puse a llorar. ¡Dios mío!, dije yo, otra vez. Y saber si me van a deportar, pensé.Y yo ahí me puse a orarle a Dios nomás en mi mente: “Dios mío, ayúdame ¿Qué voy a hacer?”

SERRANO: Juana cree que el agente de alguna forma sintió pena por ella. Le pidió que esperara y cuando regresó dio su dictamen: no la arrestarían en ese momento, pero le daban un mes para salir del país. Tenía que comprar un boleto de avión a Guatemala y notificar el día de su vuelo. Le confiscaron el pasaporte y la pesadilla que había tenido la noche anterior se cumplió: le pusieron un grillete electrónico en su pie izquierdo. El día de su vuelo, en el aeropuerto, le devolverían su pasaporte y le quitarían el grillete.

TOBAR: Ay, yo cuando salí de ahí, la verdad es que yo sentí que todo se me vino encima otra vez. Todos llorábamos. Todos lloraban, mis hijos “ma, ma, ¿qué vamos a hacer sin usted?”, me decían.

SERRANO: Años después, les sigue doliendo. Lesvi no ha podido borrar el insulto de ver a su mamá con el grillete. Cuando me narró el momento, estalló en llanto.

MOLINA: Eso fue terrible. Fue horrible. Cómo tú te vas a imaginar que una persona que no ha hecho nada, absolutamente nada a nadie, que ama a su familia, que ama a sus nietos y ama a sus hijos, que ha aportado tanto al país, que ha amado tanto a la comunidad… pueda traer algo así como una criminal como que… como que la puedes desechar ya, porque ya no es útil.

SERRANO: Los días siguientes fueron todavía más difíciles. El castigo por intentar cruzar con una visa falsa es diez años sin poder entrar otra vez a Estados Unidos. Juana comenzó a hacerse la idea de pasar una década en Guatemala hasta que pudiera, otra vez, volver. Después de cumplir la pena podría solicitar una residencia permanente a través de Carlos, su marido, o de sus dos hijos ciudadanos americanos: Jackie y Carlitos.

TOBAR: Fue algo triste, mis hijas llegaban el fin de semana. Íbamos a la iglesia, pero con aquella cosa bien… Aquel vacío, pues, en nuestro corazón, que nos íbamos a tener que separar.

SERRANO: Juana compró su pasaje a Guatemala para el 31 de mayo, el último día que podía estar en el país. Pero Lesvi no estaba dispuesta a perder a su mamá otra vez.

MOLINA: Y mi mente sentía que explotaba porque sentía una responsabilidad. Que mi mamá estaba pasando por esto, por un sacrificio que ella hizo por mí.

ALARCÓN: Y Lesvi no quería cargar con esa culpa. No al menos sin dar la pelea por su madre. Una pausa y volvemos…

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ALARCÓN: Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcon. Antes de la pausa, Juana estaba a punto de perder el hogar que había construido, y pasar otra década sin ver a sus hijos. Había pasado años en la cuerda floja, con el peligro constante de ser deportada, y ahora parecía que su suerte estaba echada.

Según la orden de ICE, Juana tendría que dejar el país en un mes. No sabía qué hacer. Pero su hija Lesvi haría lo que fuera para no perderla nuevamente.

Patricia Serrano nos sigue contando.

SERRANO: Un día, durante el almuerzo en su trabajo, Lesvi recordó de repente la marcha por los derechos de los inmigrantes en la que había participado junto a Juana apenas unos meses antes. Ese día Lesvi había guardado una tarjeta de una organización llamada American Friends Service.

Lesvi se puso en contacto con ellos y les contó la historia de su madre. La gente de la organización le habló de una posibilidad para que Juana se quedara en el país y arreglaron una cita para esa misma semana. Faltaban pocos días para que Juana tuviera que irse, pero Lesvi se sentía esperanzada y enseguida llamó por teléfono a su mamá para contarle.

TOBAR: Hay una organización me dijo que tal vez nos puede ayudar para que usted no se vaya. ¿Será que usted está dispuesta?

SERRANO: Juana estaba dispuesta, claro, pero no sabía de qué se trataba, de qué forma podría quedarse.

TOBAR: Ah, le dije yo… Y cómo será qué cómo…?Hay que ir a hablar con ellos, me dijo. Entonces, no, ya teníamos la cita y venimos pues con mi esposo y ellas. Venimos a la oficina y ya él dijo nunca hemos tenido un caso de estos aquí en Norte Carolina, dijo...

SERRANO: Y fue entonces que escuchó por primera vez la palabra.

TOBAR: … que te metas en santuario.

SERRANO: Entrar en santuario es un concepto en la política migratoria de Estados Unidos que se refiere a lugares donde hay, en cierta forma, protección. Hay ciudades santuario en las que las autoridades locales limitan su colaboración con ICE, por ejemplo. U hospitales santuario, donde los inmigrantes pueden ser atendidos sin preocuparse de su estatus legal. Pero en el caso de Juana, lo que buscaba era algo más…

TOBAR: Hay una iglesia aquí, me dijeron. Es la única iglesia que hay aquí en Greensboro.

SERRANO: O sea había muchísimas iglesias, pero había una sola en su área que era parte del movimiento de iglesias santuarios. Es algo raro, la verdad. Es decir, legalmente ICE podría entrar si quisiera para detener a un inmigrante pero, hasta ahora, nunca lo ha hecho. Es como que no se atreviera. Sería mal visto, a pesar de que no existe ninguna ley que avale esta protección.

Pero cuando le contaron de esta opción Juana no sabía qué pensar ni qué hacer. En Carolina del Norte ningún otro inmigrante había ingresado a un santuario.

MOLINA: Y al principio mi mamá dijo “¡No! No estoy dispuesta a hacer santuario. Porque quiere decir que no puedo salir. Quiere decir que voy a estar como presa”.

SERRANO: Y sí, entrar a santuario significaba apostar a quedarse allí, refugiada, mientras afuera la familia peleaba por el caso, hasta que algún día un juez fallara a su favor o las políticas migratorias cambiaran. Una vez adentro, no se puede salir de la propiedad de la iglesia. Era, de alguna forma, como adoptar una vida de monja.

TOBAR: Pues fíjese que lo hablamos muy mucho con mis hijos y mi esposo, y ellos dijeron “pero la que vas a estar encerrada eres tú”. “Y no va a ser fácil” me dijo mi esposo, “ahí tú si… si te animas”.

SERRANO: Juana le preguntó a su familia si la visitarían todas las semanas. Le prometieron que sí. Que aunque la iglesia en donde estaría, quedaba a una hora de su casa, ellos harían el viaje todos los fines de semana para acompañarla. Eso, de alguna manera, fue lo que la animó a tomar la decisión.

TOBAR: Y así fue como me decidí… a entrar a santuario.

SERRANO: La Iglesia San Barnabás es el lugar donde la visitamos al principio de esta historia. Es una congregación episcopal pequeña, con poco más de 100 fieles, liderada por el reverendo Randall Keeney.

Él es Randall:

RANDALL KEENEY: Saint Barnabas has had Latino members for a long time, we knew their story and knew their struggles.

SERRANO: Dice que San Barnabás ha tenido miembros latinos por mucho tiempo, que conocen su historia y su lucha.

KEENEY: And then, when American Friends Service Committee approached us about Juana, we did it. And it's… it's purely compassion…

SERRANO: Y que cuando el American Friends Service Committee les contó sobre Juana, decidieron hacerlo. Que se trata, básicamente, de la compasión, del intento de llevar a cabo el evangelio, de lo que hablaba y enseñaba Jesús.

KEENEY: … from the Old Testament in the Bible, you know…

SERRANO: Juana y su familia conocieron la iglesia por primera vez un domingo, antes de la misa. Ese edificio de ladrillos rojos de una sola planta enterrado en medio del bosque.

Faltaban apenas dos semanas para la fecha límite que le había dado ICE.

TOBAR: Entonces venimos a hablar con el pastor ahí a la oficina y ya nos dijo cómo era, que sí, que ellos todavía estaban ofreciendo santuario a alguien que lo necesitara y nos mostró la iglesia.

SERRANO: La primera cosa que notaron es que no había un baño con ducha para ella. Tampoco una habitación. Eran cosas que debían solucionar pero no tenían el tiempo suficiente para hacerlo antes de que Juana se mudara.

El tema de la ducha, por suerte, pudieron solucionarlo rápido.

TOBAR: Entonces, como mi yerno es plomero, y dijo mi yern”ah, por eso no hay problema, nosotros le hacemos uno”. Entonces yo dije “ah no pero nosotros estamos acostumbrados a bañarnos allá afuera con el... así con el guacal…(risas)”

SERRANO: Guacal, o sea, a palangana, a baldazos. Para su habitación, la solución sería otra. La iglesia cerró el espacio donde funcionaba la escuela dominical y lo transformaron en un cuarto.

Juana se mudó unos días antes a la iglesia para comenzar a adaptarse y el 31 de mayo, exactamente el mismo día que debía abandonar el país, dio una conferencia de prensa donde anunció su decisión de refugiarse allí. La idea era que su caso fuera conocido para conseguir el apoyo de la comunidad y de los representantes del Estado.

(SOUNDBITE ARCHIVO)

TOBAR: Quiero dar gracias…

TRADUCTORA: I want to thank…

TOBAR: a los miembros de esta Iglesia…

TRADUCTORA: the members of this Church…

TOBAR: a los pastores

TRADUCTORA: the pastors

TOBAR: por su…

SERRANO: Ese mismo día, después del anuncio, los hijos y nietos de Juana fueron hasta la oficina del entonces senador republicano de Carolina del Norte, Thom Tillis, para pedir que interviniera por Juana. Pero no fueron recibidos. Sin embargo, tanto ellos como Juana dieron entrevistas durante todo el día.

Cuando todo se calmó, y la iglesia quedó vacía, Juana comenzó a construir su nuevo mundo. Se había llevado unas pocas cosas, esperando no estar demasiado tiempo. Algunas ollas y sartenes para cocinar, su ropa, fotos de su familia y unas máquinas de coser que le donaron.

TOBAR: Los primeros días… Todavía, pues, uno no se acostumbra porque hay días que uno no quiere ni levantarse, sólo de pensar de estar aquí en el mismo lugar encerrado. No quiere hacer nada. O de repente cae uno como en ansiedad.

SERRANO: No se animaba, siquiera, a salir al jardín, a caminar entre los árboles. Pero no es que estaba sola.

TOBAR: Habían voluntarios. Yo todo el día y toda la noche tenía gente conmigo porque venían como a cuidarme. Las puertas estaban con llave hasta el día de hoy. De afuera no se pueden abrir, sólo de adentro. Y pues los miembros de la Iglesia tienen llave. Ellos sí pueden entrar a la hora que sea, el pastor y los miembros, pero la demás gente no...

SERRANO: Su rutina era sencilla, pensada sobre todo para que el tiempo pasara rápido.

TOBAR: Entonces pues yo en la mañana me levanto, me baño, hago mi desayuno. Y pues aquí yo trabajo en la costura, hago mis cositas para vender. Para que salga un poquito, ¿verdad? Para sacar un poquito, pues, de dinero.

SERRANO: Hacía almohadones, bolsos, delantales, arreglaba ropa, lo que fuera… Los viernes por la noche llegaba su marido. Carlos salía de la fábrica y manejaba hasta Greensboro para pasar con ella todo el fin de semana. La Iglesia le permitió que la familia se quedara a dormir cuando quisiera.

Además, con la familia cerca, las cosas eran más fáciles para ella. Como casi no hablaba inglés, la comunicación con los miembros de la Iglesia le costaba mucho.

TOBAR: Yo creo que de tanto escucharlos a ellos ya aprendí un poquito (risas), no mucho, pero un poquito al menos, como que ya me defiendo tantito, pero sí al principio fue bien estresante con el idioma.

SERRANO: Y aunque su familia se encargaba de hacer las compras para ella, a veces no podían, y Juana tenía que recurrir al reverendo. Si no lograban entenderse llamaban a alguna de sus hijas para que le tradujeran. Juana solía pedir pizza, ingredientes para cocinar o cosas que faltaban en la iglesia, como una escoba nueva o alguna otra cosa que necesitara.

Juana vivía el encierro contando los días para ver a su familia, mirando tele, cosiendo. Lo que más disfrutaba era la visita de sus nietas Bridget y Lexie los fines de semana. Una tarde de domingo, pocas semanas después de su encierro, el reverendo Keeney vio una escena que lo conmovió. En esos primeros días, tan agudo era el miedo de Juana que ni siquiera cruzaba el umbral de la puerta.

KEENEY: And I came out of the office one day and I looked over there and there was one of her granddaughters standing outside, the doors open. And then I see the other granddaughter was holding hands with Juana inside and pulling her outside.

SERRANO: La escena es esta: una de sus nietas está afuera de la iglesia, las puertas abiertas. La otra tiene a Juana agarrada de la mano y la jala casi obligándola a salir. Juana se resiste pero finalmente cede. Y esa fue la primera vez desde su encierro que salió al jardín a jugar a la pelota con sus nietas.

En esos primeros meses, Lesvi creía que su mamá podría salir pronto. La noticia de su ingreso a santuario era replicada en medios de todo el país y su lucha se había convertido en ejemplo para otros inmigrantes en su misma situación. Después de ella, otras seis personas ingresaron a iglesias santuario en Carolina del Norte.

MOLINA: Yo le dije a mi mamá “hay mucha gente luchando por ti, no puedes durar aquí más de seis meses. No creo que vaya a ser más de seis meses”.

SERRANO: Pero el tiempo empezó a pasar rápido y nada cambiaba. Sus hijas habían golpeado la puerta de los dos senadores del estado, ambos republicanos, pidiendo por ella, pero nada. Los abogados les aconsejaban que la única opción era seguir esperando.

Casi un año después el grillete electrónico en su pie la empezó a lastimar. Juana tenía el tobillo hinchado y adolorido. El aparato es pesado y grande, una pulsera gruesa de plástico negro con batería que Juana debía mantener cargada. Y que no podía quitarse de ninguna forma. Su familia le pidió a una doctora que fuera a verla.

TOBAR: Y la doctora me checó y me dijo que me estaba lastimando el pie. Me hizo una carta, pero no quisieron aceptar ellos nada.

SERRANO: O sea, ICE.

TOBAR: Dijeron que si me lo quería quitar, pues que… que fuera a su oficina o que comprara el boleto y que me fuera.

SERRANO: Pero la realidad es que el aparato estaba cada vez más viejo y el plástico había empezado a romperse. Juana le pegó cinta adhesiva para que no se siguiera rompiendo hasta que una noche, justo dos días antes de cumplirse un año de estar viviendo en la iglesia...

TOBAR: Estaba yo viendo la tele. Y pues, empecé a ver que el tape se estaba despegando, que eso ya se había despegado. Y se rompió.

SERRANO: Juana se asustó. Pensaba que con el grillete roto podría tener problemas. Los agentes de ICE notaron enseguida la ausencia de la señal y llamaron a su casa a preguntar por ella. Su marido Carlos les respondió que Juana estaba refugiada en una iglesia. Le dejaron un mensaje.

TOBAR: Que me dijeran a mí que ellos aquí a la iglesia no iban a venir, pero el día que me encontraran afuera, que era lo primero que iban a hacer, era deportarme. Así dijeron.

SERRANO: Juana se sentía cada vez más encerrada. Le había costado tanto esfuerzo salir siquiera al jardín esa primera vez… y ahora, con esta advertencia, volvió a sentirse segura solo puertas adentro del edificio. La amenaza constante de ser separada de sus hijos, el encierro, la soledad, los días que se repiten, idénticos, hicieron que Juana se deprimiera cada vez más.

Pasaron un año, dos… En el 2019, todo seguía igual: Juana cocinaba para los fieles de la Iglesia y seguía con sus trabajos de costura. Pero a pesar de eso, sufría cada vez más ansiedad y depresión. Ya no aguantaba estar encerrada. Lesvi veía claramente los efectos del encierro en su mamá.

MOLINA: Una persona no está habilitada para estar en un encierro por tanto tiempo. Y eso que nosotros venimos a estar con ella. Ella necesita su libertad. Ella necesita sentirse que ella puede hacer las cosas por ella misma, que puede sacar a sus nietos al parque, que puede ir y hacer sus compras ella sola. Que puede ella proveer las cosas necesarias, cosas simples para ella misma. Pero el ser humano necesita salir.

SERRANO: Ya con más de tres años en santuario, Juana se había perdido de muchas cosas. No pudo estar en la graduación de secundaria de su hijo Carlitos. No pudo estar en el nacimiento del segundo hijo de Lesvi ni tampoco en la graduación de la primaria de sus nietas mayores.

TOBAR: Eso es lo que más me duele. Porque es algo, verdad, que queda en el corazón de uno y de ellos también. Y no poder estar uno ahí, es triste. Sólo por no tener uno un documento. Perderse las cosas más importante de sus hijos.

SERRANO: Mientras Juana seguía en su encierro, llegó marzo del 2020 y el mundo entero también se enfrentó a otro tipo de confinamiento...

TOBAR: La verdad que yo siento que a mí me afectó más todavía. Porque ahora estoy un poco más sola. Porque antes venía mucho voluntario a estarse conmigo. Y desde que empezó la pandemia ya no han venido. Algunos, uno que otro, viene allá afuera a saludarme.

SERRANO: Cuando la entrevistamos en marzo de 2021, Estados Unidos ya había atravesado la peor etapa del coronavirus y Juana ya llevaba casi 4 años viviendo en la iglesia. Todavía no sabía cuándo podría salir. Le preguntamos si a veces sentía que su resistencia no tenía sentido.

TOBAR: Aquí estamos, aquí seguimos. Pero, ¿será que vamos a salir? ¿Será que… que valdrá la pena todo esto?

SERRANO: Una semana antes de nuestra entrevista, como lo venían haciendo desde hacía 4 años, los abogados de Juana presentaron otra vez el pedido de Stay of Removal. Es decir, una suspensión por un año de la orden de deportación para que pudiera pelear su caso sin necesidad de estar refugiada en una iglesia.

Año tras año se lo habían negado pero esta vez, por el cambio de gobierno de Estados Unidos, Juana tenía más fe. Sobre todo, también, porque a estas alturas ella era la última en quedar en santuario del grupo que entró, siguiendo su ejemplo, en 2017.

Mientras esperaba el resultado de su petición, Juana sentía un poco más de esperanza.

TOBAR: Yo lo único que quiero es estar junto con mi familia, no separarme de ellos. Por eso es que tomé esta decisión. Y yo creo que con eso no le hago daño a nadie, en verdad. Eso es lo único que yo pido de que me dejen junto con ellos. Pues ellos son todo para mí.

SERRANO: El 19 de abril de 2021, casi dos meses después de nuestra entrevista,Juana recibió la noticia que tanto había esperado: el Servicio de Inmigración aceptó suspender su orden de deportación por un año.

La llamada de su abogado la despertó. Eran las 8 y media de la mañana y Juana todavía estaba en la cama. Pensaba que era un sueño.

TOBAR: A mí me temblaba todo el cuerpo, decía yo “ah, ya me puedo ir a mi casa” y yo estaba ahí llamando a mis hijas, estaba llamando a mi esposo, yo llamaba a medio mundo. Pero la verdad que de la emoción no podía ni…. ni marcar el teléfono.

SERRANO: Conversamos con ella unos días después, cuando ya estaba otra vez en su casa en Asheboro. Ese último día en la iglesia, Juana se dedicó a juntar sus cosas, esperar a su familia y atender las llamadas de periodistas. Despegó las fotos y los carteles, juntó sus telas de trabajo, guardó sus ollas, caminó sola una vez más por la iglesia vacía.

Carlos viajó ese mismo día a buscarla. También llegaron sus hijas, sus nietos. Sus amigos y sus pastores. Juana, rodeada de su familia, decidió esperar hasta la noche para decir adiós, para despedirse de la iglesia que, aún sin nunca ser un hogar para ella, fue el refugio que finalmente le permitió volver a su casa.

A última hora, cuando ya casi no había luz en el cielo, abrió la puerta roja, que siempre estaba cerrada con llave desde adentro, y salió, por primera vez en casi cuatro años, con felicidad y esperanza.

ALARCÓN: Juana deberá pelear su residencia y esperar un perdón por haber estado de forma ilegal en el país. Por ahora está en casa y volverá a presentarse ante las autoridades en un año.

La iglesia donde Juana vivió casi 4 años es parte del Sanctuary Movement. Existen más de mil congregaciones distribuidas en todo el país que se ofrecen como refugios para inmigrantes perseguidos por ICE.

David Seth Miller y Patricia Serrano produjeron esta historia. Ambos son periodistas y viven en Asheville, Carolina del Norte.

Esta historia fue editada por Aneris Casassus, Camila Segura y por mí. Desirée Yépez hizo el fact-checking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri y Rémy Lozano, con música original de Rémy.

El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Nicolás Alonso, Lisette Arévalo, Xochitl Fabián, Fernanda Guzmán, Camilo Jiménez Santofimio, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Luis Fernando Vargas.

Emilia Erbetta es nuestra pasante editorial.

Carolina Guerrero es la CEO.

Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO.

Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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