La verdadera historia de Louis Vuitton, el hombre que se convirtió en marca de lujo

La verdadera historia de Louis Vuitton, el hombre que se convirtió en marca de lujo

Hace doscientos años, el 4 de agosto de 1821, nacía en Anchay, un pequeño pueblo francés, un talentoso niño llamado Louis Vuitton. Era hijo de una sombrerera, que murió cuando él apenas tenía 10 años, y de un padre campesino que volvió a casarse al poco tiempo de enviudar, algo que lo marcó en su niñez y lo hizo abandonar su casa paterna con solo 13 años para mudarse a París.

Cuenta la leyenda que el viaje de 470 kilómetros lo hizo a pie, y le llevó dos años, tiempo en el que vivió en refugios y hacía changas para poder comer.

Seguramente en ese momento nunca pensó, ni por casualidad, que su nombre iba a convertirse en sinónimo de lujo: en el siglo XXI su monograma LV encabeza una empresa cuya materia es el glamour y es considerada la más valiosa del mundo, según BrandZ Global.

La que tuvo visión de futuro fue la emperatriz Eugénie de Montijo, esposa de Napoleón III: lo contrató en 1853 como su fabricante de maletas y baúles exclusivo. Fue su primera clienta famosa. Y una señal de lo que estaba por suceder.

Con los años, por el universo Vuitton pasarían personalidades de todos los ámbitos y generaciones: Diego Maradona, Angelina Jolie, Naomi Campbell, Jennifer López, Catherine Deneuve, Keith Richards, Kim Kardashian y David Bowie, entre muchísimos más. La lista de quienes tienen un modelito Vuitton, ya sea una cartera, un bolso, una mochila o una maleta, es interminable, e incluye a nuestras Susana y Cristina.

La emperatriz Eugénie de Montijo, esposa de Napoleón III, lo contrató en 1853 como su fabricante de maletas y baúles exclusivo. Fue su primera clienta famosa.

Ni hablar de la siempre excesiva Wanda Nara, quien resultó ser invitada VIP de la marca en París cuando se realizó, el año pasado la Semana de la Moda, además de que unos meses atrás, exhibió una cartera rosa modelo Twist Bag, que se vende a unos 600.000 pesos.

Pero minuto a minuto, se siguen sumando nombres estelares. Por ejemplo, el joven actor francés Timothée Chalamet, niño mimado en el último Festival de Cannes y representante de la generación genderless (sin género definido), no quiso perderse la cena que organizó hace algunas semanas la marca en París para mostrar su nueva colección masculina creada por el afroamericano Virgil Abloh, uno de los diseñadores del momento (es el favorito de David Beckham).

La firma francesa es una de las más influyentes en el mapa de la moda actual, que pasa por París, Milán y Nueva York, pero también por Shangai, Moscú, Dubai, San Pablo y Berlín, donde las clases medias altas necesitan mostrar su diferencia con la masa uniforme que sigue a la moda.

Hace tiempo se sabe (y no hay que ser experto en el tema para darse cuenta) que Vuitton es mucho más que el último modelo de cartera que usan las celebridades en las alfombras rojas, las modelos en las tapas de las revistas y las influencers en las redes sociales.

El famoso apellido francés es en la actualidad sinónimo de arte y no solo por la alianza que ha hecho en los últimos años con destacados artistas. Tiene una Fundación en París (en el Bosque de Boulogne, precisamente), con museo incluido, dedicada al arte contemporáneo.

El edificio fue construido por Frank Gehry y costó 143 millones de dólares. Allí se encuentra una escultura orgánica (con plantas vivas) del artista argentino Adrián Villar Rojas.

El famoso apellido francés es en la actualidad sinónimo de arte y no solo por la alianza que ha hecho en los últimos años con destacados artistas.

La marca también está vinculada al mundo del deporte y esto trasciende el hecho de que Cristiano Ronaldo y su mujer Georgina Rodríguez o el matrimonio Nara-Icardi suban a sus jets privados con maletas Vuitton, o que tenga una coleccción cápsula junto a la NBA con ropa y accesorios de lujo para los basquetbolistas. En el 2014, la FIFA le pidió que construyera un estuche de viaje para la Copa del Mundo.

Imposible dejar de mencionar su relación con el cine, ya que este año es parte de Cruella, uno de los éxitos de taquilla. La malvada heroína, interpretada por Emma Stone, luce en una de las escenas una mini bag de la línea Capucine, una edición que fue creada especialmente para la película. ¿Habrá imaginado el pequeño Louis Vuitton que todo esto sucedería cuando emprendió ese largo camino a París?

Un poco de historia

La verdadera historia de Louis Vuitton, el hombre que se convirtió en marca de lujo

Cuando finalmente llegó a la capital francesa en 1837, el joven Vuitton se convirtió en el aprendiz de un fabricante de baúles y cajas llamado Romain Maréchal. Se hizo experto en el tema y fue reconocido por su trabajo: en 1854 abría su propia tienda con un cartel en la puerta que decía: “Empacamos de forma segura los objetos más frágiles. Especializados en empacar modas”.

El negocio estaba emplazado en el corazón de la elegantísima Place Vandôme. Allí, se inauguraría poco después (1875) el hotel Ritz, aterrizarían las principales marcas de lujo de la época y, ya en el siglo XX, viviría hasta sus últimos días la legendaria diseñadora Coco Chanel.

¿Cuál fue la circunstancia histórica que motorizaría el marketing de la marroquinería LV? El nacimiento del turismo europeo. En la segunda mitad del siglo XIX, gracias a los barcos transatlánticos, los trenes con coche cama (el más famoso: el Orient Express París-Estambul) y, más tarde, los automóviles, las distancias se acortaron para aquellos que podían pagar los viajes.

La aristocracia salió de sus palacios en busca de curaciones (spas, aires de montaña), ya que todavía la penicilina (y los antibióticos) no existían. Y si debían armar las valijas, que fueran de Louis Vuitton.

Cuando el turismo curativo dio paso al turismo recreativo, especialmente con la llegada de los primeros aviones de línea, y los hoteles de lujo fueron un objeto de deseo, la necesidad de un equipaje distinguido se profundizó y el crecimiento de LV se volvió exponencial.

Para empezar, el emprendedor creó modelos cuadrados y rectangulares que podían ser apilables (antes los baúles tenían “espalda” curva), luego agregó cerraduras inviolables (los robos eran plaga) y en 1858 marcó un hito: los fabricó en lona Trianon, algo que los hacía más herméticos, livianos y a prueba de agua.

Como sus competidores ya comenzaban a imitar sus diseños a rayas, en 1888 presentó el diseño Damier Canvas (con cuadrados tipo tablero de ajedrez), donde aparece por primera vez su apellido escrito en su obra: “Marque L. Vuitton déposée” (L. Vuitton, marca registrada) podía leerse claramente en los sofisticados equipajes.

Como sus competidores ya comenzaban a imitar sus diseños a rayas, en 1888 presentó el diseño Damier Canvas (con cuadrados tipo tablero de ajedrez), donde aparece por primera vez su apellido.

Por eso, aún hoy, la marca Vuitton simboliza un momento romántico de los viajes aristocráticos: cuando viajar por todo el mundo era para unos pocos aventurados. ¿Vendrá con la post pandemia actual un retorno hacia ese modelo del viaje para elites, ése que representa el monograma LV?

El logo del crecimiento

Su empresa crecía sin parar: en 1859, Louis Vuitton abrió un taller en Asnières, al noroeste de París, donde trabajaban 20 empleados. Mientras tanto, su nombre se instalaba con fuerza en el mercado fuera de Francia: la marca abrió su primer local en Londres en el año 1885.

En el medio de su vorágine profesional, Vuitton se casó con una mujer llamada Clemence Emilie Parriaux, con quien tuvo tres hijos: Georges, Blanche Amelie y Emilie Elizabeth.

Fue justamente Georges quien, en 1896, a cuatro años de la muerte de Louis, a los 70 años, creó el monograma geométrico floral en beige y marrón en el que figuran las iniciales de su padre LV, logo que se mantiene hasta hoy.

El nieto del fundador, Gaston-Louis Vuitton, recordó muchos años más tarde, en 1965, cómo su padre Georges había creado los motivos de la lona Monogram: “En primer lugar, las iniciales de la empresa (LV) están entrelazadas de tal forma que siguen siendo perfectamente legibles. Luego, hay un diamante. Para darle un carácter específico a la forma, hizo que los lados fueran cóncavos con una flor de cuatro pétalos en el centro. Por último, hay un círculo que contiene una flor con cuatro pétalos redondeados”.

Con el monograma que lleva las siglas de su fundador, Georges se propuso hacer crecer la marca creada por su padre. Dedicó buena parte de su tiempo a visitar varias ciudades norteamericanas para dar a conocer los productos Vuitton, al mismo tiempo que se sumaban nuevos modelos de bolsos que complementaban los tradicionales baúles, que fueron el comienzo del imperio.

En 1913, la compañía abrió en los Champs Elysées la mayor tienda de artículos de viaje en todo el mundo, al mismo tiempo que se iban sucediendo modelos que fueron un clásico de la marca, como el bolso de cuero Speedy, uno de los más emblemáticos, el marrón con el monograma. Fue el favorito de Audrey Hepburn para sus viajes en avión y se fabrica hasta hoy en distintos colores.

Georges Vuitton murió en 1936. Entre sus legado está también un candado de viaje con un original sistema de cierre que convirtió los baúles de la marca en cofres casi inviolables.

En 1913, la compañía abrió en los Champs Elysées la mayor tienda de artículos de viaje en todo el mundo, al mismo tiempo que se iban sucediendo modelos que fueron un clásico de la marca.

Su hijo Gaston-Louis asumió el control de la empresa tal como lo había hecho su padre cuando falleció su abuelo fundador. En los años ‘50, el cuero ya estaba presente prácticamente en todos los productos de la marca, desde valijas hasta carteras y monederos. Ya por entonces la falsificación era un problema, que se intensificó a medida que la marca se iba expandiendo.

En 1970, Gaston Vuitton falleció, y su yerno, Henry Racamier, se hizo cargo de la empresa siguiendo con la política de conquista territorial. En 1978, por ejemplo, inauguraron las primeras tiendas en Tokio y Osaka, Japón.

Patrick Louis Vuitton, tataranieto de Louis, fue el último integrante de la familia en estar dentro del negocio familiar: murió en 2019. Pero en realidad, el poder real ya no le pertenecía a los que llevaban el apellido.

El turno de la globalización

A fines de los años ‘80, la marca seguía su crecimiento, pero algo sucedió en 1987 que significó un quiebre en la historia de Vuitton y sus herederos. Se asociaron con el grupo Moët & Chandon y Hennessy, creando el conglomerado de lujo LVMH, presidido por Bernard Arnault.

Con la fusión, la globalización llegó en un abrir y cerrar de ojos. La marca no solo comenzó a abrir tiendas en todo el mundo sino que convocó al famoso diseñador americano Marc Jacobs (considerado el creador del look grunge, sí, el de los jeans rotos) para que hiciera las primeras colecciones de ropa “lista para usar” de mujer y hombre.

De repente, comenzó la Vuittonmanía. Se eligieron celebrities como embajadoras: Sean Connery, Angelina Jolie, Jennifer López y otras. El huracán Jacobs no solo diseñó la ropa, sino que trajo a la marca una impronta artística que revolucionó los tradicionales monogramas.

En 2001, Stephen Sprouse, reconocido por su arte punk, diseñó una línea de edición limitada de bolsos que llevaban un grafiti escrito. Dos años más tarde, el artista japonés Takashi Murakami le sumaba más de 30 colores al monograma con formas animé.

Imposible dejar de mencionar la relación entre Vuitton y Yayoi Kusama desarrollada en el 2012. Los lunares de la reconocida artista japonesa invadieron los accesorios y la ropa en los colores rojo con blanco y amarillo con negro.

La gran publicidad que significó toda esta movida artística para Vuitton se sumó a nuevas aperturas de locales alrededor del mundo (incluso en Buenos Aires).

También fue el momento de grandes campañas publicitarias protagonizadas por los tenistas André Agassi y Steffi Graf, Maradona y Pelé, la supermodelo Gisele Bundchen y el director Francis Ford Coppola con su hija Sofía. La mayoría fueron retratados por la genial fotógrafa Annie Leibovitz junto a sus equipajes con monograma.

Pero la gran sorpresa fue el aviso protagonizado por el último presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorvachov en 2007. Se lo ve en un auto con un bolso Vuitton pasando junto al muro de Berlín. No es una imagen inocente. Anuncia que la marca francesa empieza a seducir a una nueva clase social post-comunista del Este europeo: el New Rich que ahora quiere lujo.

A diferencia de la elusiva Hermès, Vuitton es una marca exclusiva que se exhibe públicamente. Y los que no la tienen, la desean. Es tan VIP como aspiracional.

En el 2013 Jacobs fue reemplazado por el joven modisto francés Nicholas Ghesquiere, actualmente al frente de Vuitton como director artístico. Bajo su mando integrantes de la nueva generación de actrices de Hollywood son embajadoras: Michelle Williams, Emma Stone(Cruella), Alice Vikander y Lea Seydoux.

Objeto de deseo y sinónimo de sofisticación y tradición, Vuitton fue la marca más googleada del 2020. Según la revista Forbes lidera el top five del lujo y está valuada en 39.3 mil millones de dólares, seguida por Gucci, Hermès, Cartier, Rolex y Chanel.

Su cuenta de Instagram tiene más de 45 millones de seguidores y está presente en 62 países. En los talleres, aún se fabrican los baúles siguiendo el savoir faire que marcó Louis Vuitton, un chico del campo que, ni en el mejor de sus sueños en aquel viaje a París que le cambió el destino, se hubiera imaginado todo lo que logró.

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