No se ha encontrado –todavía– una explicación genética que explique la fijación del hombre por las camisas blancas, los pantalones azules y un armario dominado por una amplia gama de grises y marrones, mientras que la moda femenina se reinventa cada poco con nuevas y hasta extravagantes propuestas que saltan de la pasarela a la calle.
La sobriedad en el vestir masculino hay que buscarla en la Historia porque tiene raíces socioeconómicas y viene de dos siglos atrás. Según la teoría elaborada en el psicoanalista inglés John Carl Flügel en los años 30, el hombre 'austero' aparece después de la Revolución Francesa y el triunfo del capitalismo. Según su hipótesis, denominada 'Gran renuncia masculina a la decoración', las élites cambiaron su manera de vestir en función de las necesidades impuestas por el trabajo. Antes de que las cabezas rodaran bajo el tajo de la guillotina, París y la corte de Versalles se antojaban una fiesta ociosa y multicolor. El rey y sus caballeros no eran menos presumidos que las damas, y sus postizos y casacas floridas nada tenían que envidiar a las exuberantes prendas femeninas. «Los hombres vestían como pavos reales», describe Pablo Mansilla, sociólogo y crítico de moda. Pero el triunfo de la burguesía impuso un cambio radical. «Ellos se convierten en el animal productivo, representado con una etiqueta de prenda única, y delegan vicarialmente en ellas la ostentación y el refinamiento. Los hombres asumen el fondo y ellas, la forma», explica el especialista.
Las clases pudientes se vistieron de oficinistas y la norma se impuso hasta 1968, con la excepción de los extranjeros y los dandis, los extravagantes de toda la vida. Mientras tanto, la alta costura se afanaba por cambiar la indumentaria femenina, sujeta a una intensa evolución, un proceso que aún continúa y que se ha intensificado con fenómenos como la 'fast fashion' o moda pronta, de consumo rápido, una de las novedades surgidas a finales del pasado siglo.
¿Qué ocurre en el XXI? Pulsamos el estado de la cuestión con Mansilla, Maite Díaz de la Hoz, periodista de moda y propietaria de la firma 'Coquelot', y Jaime Álvarez, ganador de la última edición del 'Vogue Who's On Next', el concurso que reconoce a los mejores creadores emergentes de nuestro país. Ellos opinan en torno a los intentos, generalmente fallidos, de introducir nuevas prendas en el limitado repertorio del hombre contemporáneo.
La falda
Miguel Bosé, los escoceses y poco más
La falda masculina es una batalla perdida. Y Díaz de la Hoz confirma el fracaso comercial. «Ha habido varios intentos, incluso superponiéndola a un pantalón, pero no han prosperado». Jaime Álvarez también cree que hacer de esto una moda «costaría mucho» y, de hecho, él no es partidario de la falda para el hombre. «Creo que las blusas darían más juego».
Aunque, en realidad, no se trataría de incorporar algo nuevo, sino de recuperar una prenda originalmente masculina. «La falda no se la podemos adjudicar a Miguel Bosé y los escoceses, ya que fue patrimonio de los hombres durante dieciocho siglos», recuerda Mansilla. «Es anacrónico, no tiene recorrido, más allá de un guiño de coquetería o puntual manifestación de libertad. El capitalismo no la necesita».
Estampados
El reino del cuadro y de la raya
El cuadro y la raya ejercen una tiranía que apenas admite excepciones, según la experiencia de Díaz de la Hoz. «El Príncipe de Gales o el Gucci con hojas son algunas de las excepciones a la regla, pero no suele haber mayor osadía», lamenta.
Aunque para Álvarez algo está cambiando, quizás por la influencia femenina. «Las grandes firmas, tipo Inditex, han acercado la moda de lujo al gran público y ves a chicas jóvenes con arriesgados estampados. Esos looks están llegando a los muchachos y pronto no será extraño un chico con traje celeste. Ahora bien, no creo que se trate tanto de un tema de edad como de actitud. Yo he elaborado chaquetas con estampados color lavanda para señores de 50».
Sí, el código monocolor se ha roto, según Mansilla. «La raya diplomática, el kilt, son pequeñas victoria al respecto».
Trajes
Pelo no, pero cuero sí
La expresión de la elegancia tradicional se sintetiza en la combinación de chaqueta y pantalón, camisa y corbata, mientras que, a juicio de la propietaria de Coquelot, con tiendas en Bilbao y Jaca (Huesca), la tendencia 'sport', se resume en camiseta, pantalón vaquero y cazadora. «No hay riesgo, aunque se han producido algunos intentos por cambiar estereotipos», comenta, y menciona el brillante caso del diseñador francés Hedi Slimane, capaz de sintetizar los dos estereotipos y crear un nuevo canon en el que el traje mantiene su sofisticación y gana cierta irreverencia. El glamour se asocia a las formas ajustadas y el 'glamour', a las ceñidas chaquetas de cuero, el uso de botines y la omnipresencia del blanco y el negro. Karl Lagerfeld resultó seducido por la propuesta y se sometió a dieta para poder enfundarse sus características 'chupas'.
En los últimos años, las innovaciones en el uniforme por antonomasia del hombre han sido, fundamentalmente, de índole tecnológica. «La piel de pelo no ha tenido un buen recibimiento por cuestiones de sensibilidad ecológica, pero es cierto que en una oferta tan clásica se han introducido otros materiales como el cuero o la tela de crepé».
Ropas con formas
El cuerpo es el límite
Las prendas masculinas suelen ajustarse anatómicamente y reducen al mínimo sus elementos armados y rígidos. Sí, recordamos la década de los 80 por los nuevos románticos y sus hombreras, hoy tan denostadas, cuando, en realidad, la tendencia a construir los trajes y vestidos con volumen propio se remonta a la modernidad atemporal de Elsa Schiparelli, la diseñadora que se inspiró en las vanguardias históricas, fundamentalmente el surrealismo.
Sin embargo, un siglo después, las reticencias no han sido vencidas. «No hay manera, si pones algo de forma es casi sistemáticamente rechazado», advierte la periodista, y apunta que las mangas abullonadas o tipo 'cocoon' no suelen ser bien apreciadas, a diferencia de la moda femenina, que ha acogido con entusiasmo las mangas abultadas, que han ido recientemente tendencia.
Las creaciones de Álvarez se decantan por la sobriedad y recurren, por ejemplo, a las chaquetas rectas.
Tallas grandes
Pandilleros no, por favor
Las pasarelas de moda masculina suelen apostar por las tallas grandes a través de vaporosas saharianas y guardapolvos o exhibiendo pantalones con un volumen que, a menudo, oscila entre el sucinto pitillo y la generosa pata de elefante.
El 'oversize' suscita reacciones muy diversas en función de los años y la cultura del cliente. «En las prendas de lujo se rechaza y, en general, se asocia con el pandillero», apunta Díaz de la Hoz.
Álvarez tampoco es partidario de las prendas enormes. «No nos gustan los extremos, nos decantamos por la estética recta, normal. Creo que no suelen sentar bien si tienes más de 20 años».
El diseñador pone, así, el dedo en una llaga frecuente del sector. «Los creadores idealizan su ropa en el modelo y cuesta llevarlo a la calle. El estilo del pantalón debe ser el adecuado a cada físico y un pantalón ancho no puede quedar bien a alguien que mide 1,60. Hay que ser consecuentes».
«El miedo al ridículo sigue pesando»
El conservadurismo en el vestir del varón tampoco es ajeno a una mentalidad que teme la censura social. «El miedo al ridículo sigue pesando sobremanera», lamenta Pedro Mansilla, y recuerda que, en una atmósfera represiva como la de mediados del pasado siglo, las excepciones a la norma se asociaban con una estética que se considera propia del colectivo gay, siempre abierto a la innovación estética. «Eduardo VIII, el duque de Windsor, era un referente de su tiempo por su facultad para ir impecablemente vestido y siempre incorporar algo novedoso, unir distinción y marginalidad, unir una corbata y el pañuelo al cuello, lo que generó sospechas sobre su condición sexual».
El engañoso vínculo entre masculino y condición sexual parece permanecer lastrando la manera de vestir, una circunstancia que todos los interpelados reconocen. Maite Díaz de la Hoz también disocia las propuestas de las pasarelas de lo que sucede en la calle. «No podemos decir que los más jóvenes no tengan sus referentes, pero son otros, como los cantantes C. Tangana o Pol Granch, con un estilo muy unisex», señala. La búsqueda de señas de identidad también se nutre de las marcas. Así, es habitual que se vistan completamente de Nike o Adidas y, si se asocian con un carácter más pijo, con otras como Fred Perry pero siempre desde un interés práctico y cómodo.
La 'fast fashion' tampoco proporciona a los chicos tanta oferta como ocurre con el público femenino y la ropa de los diseñadores resulta, a menudo, cara porque no se fabrican en grandes cantidades ni se halla deslocalizada. En este sentido, Jaime Álvarez reclama a los potenciales clientes que descubran el trabajo que existe detrás de estas prendas para entender su precio. «Yo aconsejaría que compren dos prendas de lujo en vez de cuarenta barata teniendo en cuenta que esos artículos tienen una calidad y factura excelentes y durarán más de treinta años».
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